REGISTRO AKÁSICO

Como día de la revolución se renombra al próximo asueto

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Conforme se aleja, la fecha del 20 de octubre de 1944 pierde concreción y adquiere un carácter prospectivo. En efecto, celebrar las instituciones monopólicas del Seguro Social o la universidad estatal es un contrasentido. Ambas instituciones son dinosaurios que se niegan a evolucionar para salvarse de la gangrena que las corroe en partes muertas de su burocracia corrupta.

La frustrada reforma agraria ha devenido, incluso para los agraristas, en una palabra inutilizable, prefieren desarrollo rural integral, cuyo contenido no altera derechos de propiedad. La carretera al Atlántico es un monumento a la falta de previsión centrada en el transporte de combustión interna. El proyecto arbencista buscaba medios de transporte complementarios: ferrocarril, carreteras y aéreos. Nada de eso existe, sino una comunicación única, con puentes mal diseñados que se desfundan en medio de imprecaciones por la falta de mantenimiento vial.

Hasta la dotación eléctrica muestra la cara podrida de las empresas que sorben ilegalmente el flujo de México para paliar la falta de producción local. Zombis mafiosos que solo saben recaudar dineros abultados mañosamente por un servicio deficiente. En consecuencia, los logros de la revolución del 44 se han convertido en áreas de intervención para una nueva propuesta política y económica antes que conquistas vigentes que expliquen el bienestar de la población.

Celebrar el hecho histórico es una extravagancia. Si ese fuera el fundamento, habría que decretar feriado todos los días por acontecimientos que superaron males en el pasado. Se puede vitorear a una ciudad de mitad del siglo XX con 200 mil habitantes que se insurreccionaron a través de una alianza amplia de clases con apoyo de jóvenes militares; sin embargo, carece de actualidad política, pues ahora las transformaciones sociales se espera discurran sin uso determinante de la fuerza. El 20 de octubre de 1944, cuando la suerte quiso que los disparos de los tanques alcanzaran la santabárbara del Fuerte San José, determinante para la rendición de las fuerzas que sostenían la dictadura, son una anécdota carente de aplicación.

En el mundo, solo los movimientos fundamentalistas impulsados por el carburante religioso pueden aceptar que se destruyan ciudades en batallas para cambiar líderes sin mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos. Ante nuestros ojos, las destruidas ciudades de Siria, Libia e Irak son suficiente argumento. En la década de 1960, la lucha armada llevada adelante por pequeños contingentes incidiría en cambios determinantes en el desarrollo político nacional. Se trataba de una alteración del proceso político, al retar a la corrupta oligarquía impuesta por un golpe de mano intervencionista que abortó a la revolución que se celebra. Miles de muertos inocentes para expandir el terror que sostuviera a la injusta estructura social fue el recurso para salvar al régimen. Hoy, los actores que produjeron ese genocidio son partidarios, al menos en el discurso, de los cambios que no aceptaban y acallaban con violencia extrema.

De nada valen reformitas constitucionales diseñadas para abogadillos oportunistas, ni leyes declarativas que no modifican un ápice de la realidad agraria o la falta de honor en las relaciones internacionales apenas alteradas, al expulsar a intervencionistas abusivos. De esa cuenta, antes que una peregrinación debiera ser la eclosión de asambleas. El día de la revolución como rebautizan los almanaques de pared o digitales, se ha convertido en un llamado a reflexionar sobre la deseable pertinencia de un cambio acelerado que fuerza la legalidad sin violencia, apoyado en el consenso, para concretar realidades posibles que instauren una vida igualitaria y fraternal en una patria libre.

ESCRITO POR:

Antonio Mosquera Aguilar

Doctor en Dinámica Humana por la Universidad Mariano Gálvez. Asesor jurídico de los refugiados guatemaltecos en México durante el enfrentamiento armado. Profesor de Universidad Regional y Universidad Galileo.

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