Otra comprobación de la impunidad
porque implica cobardía escondida en el anonimato. Desde los seis años, Díaz era seguidor crema, lo cual resultó ser la causa para perder su vida, promisoria como es la de los jóvenes.
HAY CRÍMENES cuyo efecto mayor es el de sacudir a la sociedad, incluso la guatemalteca, tan curtida por hechos tan absurdos como el constante asesinato de conductores de autobuses urbanos. La cantidad es muy grande, al punto de permitir la creación de una asociación de viudas de choferes asesinados, cuyo principal lazo de unión, además de la muerte de estos jefes de familia y las muchas veces enormes dificultades económicas de ellas y de sus hijos, la constituye la impunidad de los casos. Ojalá me equivoque, pero no recuerdo un solo caso de alguien condenado por este tipo de delitos, y aunque hubiera algunas excepciones a tal impunidad, de todos modos no serían porcentualmente significativas al comparar el número de crímenes.
VALE LA PENA REALIZAR esta comparación porque en este momento la sociedad guatemalteca está conmovida por este asesinato, como también por el de las dos hermanas estudiantes del Inca cuyas vidas fueron truncadas hace pocos días. Pero si los sectores sociales interesados en enfrentar con valentía los problemas nacionales se quedan quietos, a nadie deberá extrañar la proliferación de asesinatos de seguidores de equipos deportivos, lo cual convertiría al uso de las camisetas con los colores de estos en un riesgo potencial de muerte. Lo ocurrido ya puede tener un efecto devastador: la ausencia aún mayor de los aficionados a las canchas futbolísticas, donde hoy los juegos con apenas tres mil personas ya son considerados exitosos.
EN CUANTO AL TRABAJO de los medios de información, sobre todo radiales, debe haber un acuerdo para poner normas al tipo de lenguaje utilizado en los programas, especialmente aquellos considerados como una especie de voz extraoficial de un determinado equipo. Ya en el país hay dos de estos, en los cuales muchas veces se deja rienda suelta a la pasión exacerbada. En general, es necesario pensar en la validez de hacer comparaciones y descripciones utilizando términos guerreros. No son batallas, sino simples competencias deportivas. Nunca está en juego el honor nacional ni afecta a nadie una derrota, aunque esta se deba a errores de los árbitros. Lejos de echar gasolina al fuego, se le debe lanzar agua o arena. Sin duda alguna.
EL GOBIERNO DEBE REAlizar su parte: controlar a quienes integran las porras violentas, para desmantelarlas. Es fácil, por medio de cámaras de vigilancia, identificar a los violentos, e impedirles el acceso a los estadios. Los castigos deben ser muy severos y los juicios, rápidos. No hacerlo, además de irresponsable, es contribuir a la extinción de los aficionados asistentes a los estadios, sin lo cual el futbol no puede sostenerse. De mis nietos, los primeros tres tienen 17, 15 y 13 años, quienes por su edad ya deberían ir a un estadio donde yo estuve por primera vez a los 11 años. Menos de seis veces han ido al estadio, por causa de la mala calidad del futbol. Pero ahora, con la posibilidad de ser atacados, simplemente tomarán la decisión de ya no ir.