LA BUENA NOTICIA
Cristo sin cruz
Afirma uno de los teólogos favoritos del Papa emérito Benedicto XVI: “El problema más grande del cristianismo ha sido el “hacer estética la cruz” (Thomas Södig), es decir, separar a Cristo de ese misterio de la cruz, convirtiéndolo en una especie de máquina de bendiciones, en obrador de prodigios y, sobre todo, en un “dios light” hecho a la medida del temor al “salto de la Fe” —no en el sentido equivocado de M. Lutero, de un abrazo “fiducial” sin obras: Sola Fe—), sino al riesgo que continuamente provoca el ser en el mundo “signo de contradicción”.
La Buena Noticia de mañana presenta dos casos de “temor terrible” a seguir a un “Cristo con cruz” que pide el más grande deshacimiento: 1) Jeremías, que en las estupendas “confesiones” del capítulo veinte de su libro revela su inmensa sensibilidad a ser golpeado, herido, por la causa de Yahvé y su ministerio profético. Tentado de renunciar, permanece al final en su misión, la cual —según cuenta la tradición judía, terminó con su vida martirial en Egipto en fecha desconocida—; 2) Pedro —de nuevo este domingo y en continuación al anterior—, quien a pesar de haber recibido la misión de ser “piedra de fundamento, signo de unidad de la Iglesia”, flaquea tremendamente: en su temor psicológico tan humano no le es posible “asociarse a un Cristo que lleva cruz”… es preferible, como en tantos casos, “hacerlo a la propia medida”.
Quien fuera elogiado hace ocho días por el Maestro, hoy es llamado incluso “Satanás”; es decir, motivo de tropiezo a la misión auténtica. Al final, como en el caso de Jeremías, Pedro será fiel y “mártir” de su amor al Señor cuando sea crucificado —de cabeza según la Tradición— en la Roma de Nerón (año 67 d.C.). De ambos casos se deducen enseñanzas: 1) Encontrar, amar y seguir al Cristo auténtico se conjuga con ser “objeto de rechazo”, de donde viene una segura “cruz multiforme”: calumnias, intentos de desprestigio, ataques tal vez mortales. Humanamente el “instinto de conservación” sugiere correr, huir, esconderse, contraatacar.
Se llega en un cierto momento como Jesús en el Huerto a “pedir que pase el cáliz terrible del dolor” como bien revela. Él a su santo Pio de Pietrelcina (1887-1968): “Casi todos vienen a mí para que les alivie la Cruz; son muy pocos los que se me acercan para que les enseñe a llevarla”; 2) El peligro de ese “Cristo sin cruz” deriva, claro, del desconocimiento del “porqué de la cruz” del “dar la vida”: es que el amor lleva siempre a la donación, a la muerte de sí mismo, a la configuración con el crucificado puesto allí no porque no pudo escapar, sino porque “amó hasta el extremo” (cf. Jn 13, 1ss).
De donde, hoy, faltando fuerza al amor, y convertido este en hedonismo, erotismo, cariño a la mascota más que aceptación de las personas difíciles en familia, ¡cómo no va a rechazarse la cruz de “cada día”! Queda entonces: amar “al modo cristiano auténtico” para soportarlo todo (cf. 1Co 13, 2ss). Queda reconocer que muchos en su lucha por el bien, la justicia, la prevalencia de lo recto y honesto “llevan una cruz” misteriosamente concedida por el Dios que es Bien, Verdad, Belleza.
Y queda “asumir el fuego del Espíritu” que quemaba los huesos de Jeremías y le impedía “tirar la toalla”, y abrazar ese camino extraño para el mundo, pero hermoso para el Padre, pues lo caminó su Hijo, como decía Santa Rosa de Lima, de quien se celebra en la Diócesis guatemalteca homónima el 400 aniversario (1586-1617): “Fuera de cruz —entiéndase el amor y lucha amorosa por el bien— no hay otra escalera para subir al cielo”.