Cuando fracasa el sentido común

Esa referencia no difiere mucho de lo que ocurre aquí, y menos quienes son los responsables de gestionar cambios para transformar la adversidad en opciones de mejora, empezando por la inseguridad y las penurias económicas de las grandes mayorías, que siguen siendo problemas coyunturales con demasiada incidencia. Espinosos asuntos sobre los que han fracasado los gobiernos, al parecer porque  nunca ha existido un mínimo de innovación para buscar resultados diferentes.

La  historia es reiterativa cuando se trata la problemática económica, donde para nuestro infortunio los gobernantes parecen tener muy vagas ideas de lo crucial que es comprender lo más elemental de esa disciplina para crear estabilidad, desarrollo y atraer mayores inversiones. Lejos de eso, se ha tenido mayor éxito en ahuyentar a inversionistas serios, justamente porque muchas de las prácticas oficiales son oscuras y no dejan de transmitir la sensación de corruptela para el establecimiento de nuevas empresas.

Más temprano que tarde, esa oscura forma de hacer negocios ha limitado nuestras posibilidades de crecimiento, que siempre se han mantenido  prácticamente en un punto de equilibrio que apenas sirve para sostener una falsa estabilidad macroeconómica, pero que en nada contribuyen a transformar las estructuras de un Estado que se ha estancado y que en consecuencia se ha vuelto ineficiente para  atraer nuevas  inversiones, con lo que resulta lógico que continúe creciendo la economía informal, que tampoco permite fortalecer la misma institucionalidad.

Lejos de eso, con cada gobierno se acrecienta la percepción de que se profundizan las prácticas corruptas y que el actual es peor que el anterior, y que estos, a su vez, serán superados por quienes resulten vencedores en la siguiente contienda electoral, un triste panorama que se comprende cuando se analiza cómo los gobiernos gastan el dinero de los contribuyentes. Se constata que un porcentaje demasiado alto se destina al funcionamiento de un Estado que ha sido cooptado por el clientelismo y donde escasea la meritocracia.

Una de las carencias más devastadoras para cualquier país es que sus gobernantes tengan tan pocos conocimientos y aprecio por el manejo de los aportes tributarios,  y muchos todavía llevan esa impertinencia a niveles extremos, cuando imponen una visión empresarial mercantilista sobre recursos estatales que terminan piñatizándose, lo cual  se ve superado cuando el criterio político, carente de sentido común, termina imponiendo lineamientos a una tecnocracia dócil, que se resiste a hacer lo correcto, aunque el país pague las consecuencias.

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