ALEPH
De república bananera a la escualocracia
A partir de mañana, 20 de enero de 2017, un outsider de la política estadounidense —aunque ningún dueño del gran capital es realmente un outsider— habitará la Casa Blanca y liderará el gobierno de la potencia número uno del mundo. Esto marca un cambio profundo, comenzando por lo simbólico, porque ahora abiertamente será un representante del más rancio capitalismo del espectáculo, y no un político de linaje, vocación o carrera, quien se siente en la silla presidencial de Estados Unidos. Trump no es Thomas Jefferson ni Abraham Lincoln, pero ¿es realmente un outsider o es que el significado y sentido de la política están cambiando?
La instauración de su gobierno se produce en el tiempo de un planeta profundamente en crisis, sostenido por una tensa y aparente calma que, en cualquier momento, podría estallar. Países como Rusia, Irán, Estados Unidos y Venezuela, solo para nombrar a los que lo han hecho abiertamente, han declarado estar preparando a sus ejércitos para hacerle frente a cualquier amenaza. Se revisan ya los tratados comerciales, las bolsas caen, las brechas entre pobreza y riqueza se agigantan, la tecnología amenaza el empleo humano y desdibuja cada vez más la brecha entre lo público y lo privado, y los daños al medio ambiente nos están pasando la factura. Y estamos tan acostumbrados a la presión constante que nos ha impuesto el último siglo, que nos sentimos cómodos en medio de la vorágine. Parece que millones pierden la vida cada día por cumplir a cabalidad la cláusula del contrato entre Fausto y el diablo que reza que si alguna vez se detiene —Fausto—, será destruido.
Entre tanta incertidumbre, Guatemala —nuestro lugar sin país— pasa también por un momento muy complejo y difícil. En términos generales abrimos el 2017 con los tres poderes del Estado secuestrados por representantes de sectores oscuros y, tanto el Organismo Judicial como el Legislativo y el Ejecutivo están justo en ese punto de inflexión en que se pueden constituir en la base de la democracia real que deseamos, o devolvernos a un Estado feudal-finquero. Hay fantasmas rondando. El Congreso está ahora tomado por un oficialismo miope y deudor de favores, que acaparó las comisiones claves de ese organismo; el Ejecutivo está permanentemente liderado, asesorado y habitado por figuras que nos recuerdan lo que queremos dejar atrás; y el poder Judicial está coptado por mafias que se han enraizado en el Estado débil que aún somos.
Se ha dicho que los verdaderos gobiernos se hacen en los hemiciclos parlamentarios. Si esto fuera verdad, solo habría que ver quiénes estarán al frente de las 38 comisiones parlamentarias durante el actual periodo, para saber cómos se moverán las piezas del tablero de ajedrez. Y los casos de corrupción de los familiares del presidente y vicepresidente se suman a los que ya están en proceso y a los casos de Derechos Humanos que se ventilan en las cortes guatemaltecas. Es todo un paisaje Guatemala. De aquella república bananera que fuimos, pasamos ahora a nadar en un mar de escualos. Para quienes no lo recordaban, escualos es el otro nombre que se da a los tiburones. Y ningún tiburón viaja sin sus rémoras, esos peces que se adhieren a él, usándolo como medio de transporte, y distribuyéndose de manera cosmopolita por cualquier océano a donde los lleven. Quienes gobiernan en Guatemala —poder económico y poder político— son, en su mayoría, parte de una escualocracia, que no es otra cosa que el gobierno de los tiburones —con sus rémoras, por supuesto—.
En este vertiginoso tiempo no serán los poderes los que irán marcando el paso, sino esas personas de sociedad civil y sociedad política que se levantan sobre la conciencia de que hubo alguien antes y habrá alguien después, y sobre la esperanza de hacer de este pedazo ínfimo del mundo algo digno de habitar.