CATALEJO
De sectas, religiones, politiquería y política
La religión es una de las actividades humanas más complejas. Por un lado está incluida, como debe ser, en la lista de los derechos humanos y a causa de ello es válido el concepto y la práctica de la libertad religiosa en las sociedades actuales. Por otro lado, es parte de la interioridad intelectual de cada ser humano, a lo cual se agregan elementos puramente culturales. La religión, si bien por su esencia está a un lado de la razón, porque sus creencias casi siempre se basan en dogmas, no por ello los creyentes tienen, por el hecho de serlo, la imposibilidad de aceptar consciente y racionalmente esas verdades religiosas, donde se cumple el criterio filosófico de la multiplicidad de verdades. Uno de los riesgos más claros de la religión lo constituye el apostolado exacerbante.
Para dar luz a este tema se deben ver en el diccionario algunas definiciones. Religión: creencias o dogmas acerca de la divinidad; veneración, temor, normas morales para la conducta y ritos para la oración y el culto. Dogma: proposición tenida por cierta y como principio innegable; creencias indiscutibles y obligadas para cualquier religión; creencias sobrenaturales para la salvación del hombre, y dogmas sobre la divinidad y la facultad de discurrir (pensar, reflexionar). Apostolado: propaganda en pro de una doctrina. Política: doctrina del gobierno estatal. Politiquería: tratar a la política con superficialidad o ligereza; con intrigas y bajeza. Secta: comunidad cerrada que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la cual los maestros ejercen poder absoluto sobre los adeptos.
En Guatemala, hablar de religión y politiquería o política se refiere al cristianismo, una de las grandes religiones del mundo cuya principal diferencia a partir del afianzamiento de la potencialidad de Estados Unidos es la multiplicación ad infinitum de grupos cuyos jefes e integrantes tienen particulares interpretaciones del texto bíblico. El aumento de estos grupos, centrados en la Biblia y a causa de la influencia estadounidense, es un hecho social y con ello político en el país. Esto no es bueno ni malo, en sí, pero el asunto comienza a complicarse cuando esa presencia del campo religioso comienza a tocar y abrir la puerta de muchos ciudadanos, quienes aceptan el apostolado y se unen a iglesias de características propias hasta en la arquitectura de sus templos. Este apostolado toca las puertas de cualquier ciudadano y va más allá, como por ejemplo, en el involucramiento en otros órdenes del quehacer político o nacional.
La separación entre religión y Estado tiene en Guatemala casi un siglo y medio, y hasta ahora no ha habido confrontaciones religiosas intracristianas como sí las hubo en Irlanda. Ha habido intentonas de hacer una especie de teocracia, con resultados nefastos. La primera, con Ríos Montt; la segunda, con Serrano y la tercera con el actual presidente, quien no quiere ver la inconveniencia de recibir bendiciones de pastores, porque eso los deja fuera de la posibilidad de hacer los necesarios señalamientos públicos acerca de la ética como parte del ejercicio de la política, ni les permite identificar la diferencia entre esta y la politiquería practicada por su acólito.
El silencio de la voz oficial de los evangélicos provoca, a mi juicio, una cierta confusión entre los fieles y ello se agrega como otro de los serios problemas del país, tan necesitado de unidad pero también de exigencias morales. Como ciudadano, me preocupa el análisis de hechos políticos basados en criterios religiosos, así como la diferencia de anchura entre la ética —corrección— política y la corrección a secas. El papel de los creyentes no es apoyar a un político, sino rezar porque la inspiración divina ilumine su razón y le haga entender el retroceso histórico representado por la intromisión de las religiones, no digamos de las sectas, en el quehacer de conducir un país tan complicado como el nuestro. Entenderlo, sin duda, es no solo difícil, sino requiere de la comprensión de la diferencia entre esta actitud y el ateísmo.