LA ERA DEL FAUNO

Del profundo amor y odio por Kándara-Kistán

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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Qué difícil ha de ser vivir allá. Gran reto no odiar. Afortunadamente, eso no sucede aquí, en Guatemala. Pero como soy un malagradecido; pese a la moral social tan envidiable a nivel mundial que poseemos, a veces soy una caricatura humana. Vean en qué me han convertido, en un ser repudiable que siente desprecio por infinidad de cosas. En alguien que odia el sistema. En vez de mirar el vaso medio lleno, lo quiebro y levanto mi mano haciendo cachos. Odium Abominationis. Ya sé, soy anormal, un enfermo, pues qué es el odio sino una deficiencia emocional. Me avergüenza un poquito lo que voy a confesarles: a veces, miro el odio derramado en las aceras, en el ambiente, en las instituciones, en los líderes religiosos cuyas bocas pegajosas se abren y cierran pidiendo dinero y siento asco. Quien está mal soy yo, lo sé. Veo gente normal dándose bendiciones y me digo cómo quisiera derramar yo una sola, tan solo una y con esa puntería.

¿Recuerdan la imagen cómica de una persona que barre, barre y cuando nadie la ve mete la basura bajo la alfombra? Así es el odio del país que a veces miro. Cuando vuelvo a la realidad, qué alivio, puedo ver el amor entre personas que ni se conocen, me estremezco con la fe del diputado que ora por la nación, me gozo con el que propone lecturas bíblicas en las escuelas. Veo al presidente y a su esposa con las manos cóncavas, piadosas, sus ojos entornados bajo las intercesoras zarpas de sus pastores y se me hace un nudo en la garganta. O un purgante. Ya no sé.

Si supieran cuánto trabajo me cuesta no abominar la conducta de los funcionarios, lo cual es parecido a odiar personas. Si pudiera, lapidaría con tetuntes de odio la dictadura hasta su colapso. Ya se ve que lo mío no es un llamado a la concordia, nunca seré diplomático, menos repartiré mensajes de conciliación ni de amor fraterno. Soy tan solo alguien atrapado en el vicio pegajoso de la impotencia. Salgo a la calle y en lugar de caminar avanzo entre agua. Es como si caminara en el fondo de una piscina que en vez de líquido tiene una tiniebla acongojante; soy un ermitaño más que anda por ahí chateando con sus amigos.

A veces, siento que amo a medio mundo, a mi país, a la gente, a los perritos en las calles, los árboles, la música, la Sexta, la Reforma, todo es bello, pero inesperadamente me cae alguna noticia ruin de Kándara-Kistán; entonces, vuelvo a mi estado normal. Amar es una locura, es abrazar una flecha en movimiento, me digo. Y para azuzar mi cólera, con furia masoquista sintonizo algún programa radial de esos miserables y sesgados en los que siempre entrevistan gente odiosa que habla de lo mismo desde hace 200 años y alimento mi molestia; así, me siento ya listo para avanzar en mi caminata líquida y espesa entre la tiniebla acongojante que les decía.

Afortunadamente, habito un país donde nos amamos los unos a los otros, como Dios manda, tenemos desayunos de oración, almuerzos de oración y tortillas los tres tiempos, no como allende los mares donde las olas son azotes; la vida, esclavitud; y amar al prójimo, una locura.

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