CON NOMBRE PROPIO

Después del trueno…

|

La violencia se adueñó de El Pensativo. Quienes se dicen “porra” de los cremas, luego de perder el partido de la semifinal y quedar fuera, se lanzaron contra los Panzas Verdes e hirieron a muchos, incluyendo a dos policías nacionales civiles, quienes tienen trauma en el cráneo; de manera cobarde ocasionaron destrozos en Antigua Guatemala, arremetieron contra vehículos, sembraron terror y dejaron una huella para ahuyentar a muchos de los estadios por un buen tiempo.

La violencia inunda el deporte, y sobre todo al futbol. Como si no fuera poco estar dirigido por una asamblea que no entiende la “O” por lo redondo y que provocó la suspensión del país de cualquier competencia internacional por la insistencia de conservar los poderes de dirigentes comprometidos con la corrupción o la opacidad, ahora se suma el bochorno del fin de semana.

Es evidente que hubo una suma de fallas, no se requiere ser experto para percatarse de que nada de lo planeado funcionó, las autoridades fueron desbordadas y, como siempre, esto será noticia de dos o tres semanas para que en el 2017, dentro de la epidemia de amnesia colectiva que nos afecta, pocos recuerden poco y muchos, nada.

Lo vivido en El Pensativo es reflejo de la poca importancia que damos a la vida ajena. En Europa, por citar un ejemplo, los hooligans británicos provocan daños, disturbios y muerte, pero las autoridades —empezando por las deportivas— toman decisiones para dejar sentados precedentes y evitar que esas hordas sigan con su siembra de terror.

83 personas murieron en el estadio Mateo Flores el 16 de octubre de 1996, en un partido entre Guatemala y Costa Rica, con los ánimos caldeados hasta el cogote, los organizadores metieron dentro del estadio a toda la gente que quisieron. Las muertes no fueron por violencia, pero sí por negligencia inexcusable. ¿Hubo drásticos precedentes?

Hace unos años, el amigo Quique Godoy, en un clásico, tuvo un terrible incidente en el estadio. Intentó hacer algo para frenar la violencia que se venía encima y un policía, asustado o inexperto, lanzó una bala de caucho directo a su ojo; su vida cambió desde aquel momento. El 27 de abril de 2014, Kevin Díaz, aficionado crema, murió acuchillado por una horda de fanáticos rojos previo a la disputa de un clásico en el Manuel F. Carrera. Por esto fue condenada una persona como hechor y otra como instigadora. ¿Es solo eso un precedente?

La responsabilidad penal es una y debe establecerse luego de declarar la directa participación de quien es juzgado frente a lo que se le acusa, pero nada se dice de la responsabilidad civil, que es la institucional. No sé si la negligencia de los organizadores antigüeños o la falta de control de Comunicaciones, pero uno de los dos, o ambos, deberían pagar por los destrozos a los vehículos, los daños a la propiedad, los gastos médicos de los heridos y, por supuesto, debería existir una indemnización a un montón de inocentes que solo pretendieron gozar del deporte. Además, las autoridades deportivas deberían dejar claro cuál es el protocolo para todos los equipos.

Se sigue con la venta de guaro y cerveza, si no dentro del estadio, sí “afuerita”. ¿Es eso lógico cuando se ve lo que sucede?

Los instigadores de la violencia deportiva andan tranquilos por la calle, y esto hay que atajarlo, esa gente debería tener prohibición de visitar estadios, así como tener vedado el acceso a espacios públicos para lanzar sus mensajes de odio y violencia, entre tantas otras cosas. La violencia deportiva no se produce por generación espontánea, es un producto bien abonado. Mientras no existan acciones cantaremos “después del trueno, Jesús María”.

ESCRITO POR:

Alejandro Balsells Conde

Abogado y notario, egresado de la Universidad Rafael Landívar y catedrático de Derecho Constitucional en dicha casa de estudios. Ha sido consultor de entidades nacionales e internacionales, y ejerce el derecho.

ARCHIVADO EN: