EDITORIAL

Paz a los guatemaltecos de buena voluntad

Mil sueños, mil ilusiones de niño, mil peticiones de familias unidas en oración, mil suspiros de dolor profundo por ausencias irremediables se elevarán esta medianoche entre abrazos y expresiones de cariño. Anhelos de mejor futuro, plegarias en intención del hijo ausente, preguntas por el devenir de la Nación, reflexiones de mejores propósitos vitales resumidas en el tiempo transcurrido entre 12 campanadas, en el atronador sonido de la cohetería de la medianoche del 24 al 25 de diciembre: todo se acumula y se concentra en un instante providencial que ilumina, sin electricidad, los pesebres y arbolitos decorados, para todos los credos, para todas las naciones.

Esta es una de las noches más largas del año, pero también una de las más refulgentes, con el encendido amor de las familias, el brillo de las amistades compartidas y el resplandor de la fe coherente con las obras del día a día. Navidad en Guatemala es tradición de décadas, de siglos, que ha cambiado en algunas manifestaciones culturales, en la naturaleza de los obsequios, en los medios para enviar la felicitación, que antes era una tarjeta física y hoy es un video enviado por red social, pero que a pesar de tantos avatares mantiene su esencia espiritual, su pureza incandescente y también el desafío expresado como alabanza hace 2021 años: “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

Celebrar la Navidad es una pausa fugaz, pero trascendental. Herodes Antipas también pasó y sigue pasando por el 24 de diciembre y, sin embargo, pocos días después ordena una matanza de inocentes para conservar su poder, supuestamente omnímodo, supuestamente inexpugnable. Pero hoy solo es un nombre cubierto de polvo.

Son muchas las familias que llorarán esta noche la ausencia de un ser amado que pereció, quizá víctima de la pandemia, de la violencia creciente o del éxodo migrante. Incluso estar lejos de las sonrisas de los padres, los hijos, los sobrinos, en tierra ajena, tiene su fuerte dosis de pesar. Para todas esas familias que pasan momentos difíciles, va nuestra solidaridad.

Reclamos de justicia, de probidad, de atención al desarrollo comparten espacio con pesares vivos, lutos latentes, sitios vacíos en la mesa de la cena navideña no pueden ser explicados. Solo el tiempo traerá nuevos rumbos para la existencia. El sol que nace de lo alto emerge en la más oscura de las noches con un mensaje de perdón, hermandad, reconciliación, pero también con una renovada garantía de cumplimiento de la promesa de alivio para los que están cansados y agobiados.

De poco sirven declaraciones de supuesto apego a valores si solo son para cubrir apariencias publicitarias: fariseísmos convenientes que intentan sorprender la buena fe de otros. De nada aprovechan los voceos vacíos de etiquetas gubernamentales provida si son opacas las ejecutorias de recursos destinados a aliviar la desnutrición, a atender la penuria y reducir la inanición de tantas familias. “Yo también quiero ir a adorarle”, dijo ufano el tetrarca para intentar engañar a los reyes de oriente que solo buscaban el auténtico sentido de la vida que es servicio, donación, sacrificio.

En Guatemala hace falta mucho por construir. La máxima expresión de una fe está en las acciones. El mejor testimonio no se encuentra en el palabrerío, sino en el legítimo esfuerzo personal, colaborativo y generoso. Para todos los guatemaltecos de buena voluntad: una Feliz Navidad.

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