PANÓPTICA

Ego politicus

FRANCO MARTÍNEZ-MONT *

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La obtención, ejercicio y perpetuación del poder político en Guatemala se ha convertido para muchos candidatos presidenciales en un Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), una meta que persiguen mesiánicamente para acumular mayor riqueza ilícitamente (control estratégico de los negocios dentro y a través del Estado), incrementar su prestigio social y estatus económico (granjear alianzas con el capital privado y el exquisito codeo diplomático), “mejorar Guatemala y generar bienestar común” (los bienintencionados e ingenuos), y en buena medida para alimentar su empedernido ego politicus (la honrosa etiqueta de ser reyezuelo en una república bananera).

Según Lacan, el ego es una “instancia del registro de lo imaginario y por eso mismo una especie de alienación. El sujeto se ve en su ego”. (Lacan, 1966). Es decir, el ego en cuanto imaginario surge en cada ser humano precisamente previo a lo simbólico, impregnado por el narcisismo que nutre los desórdenes psíquicos de la persona (máscara con la que se actúa socialmente) hacia la búsqueda del éxito, la gloria y el poder.

En este sentido, el ego politicus es una aberración que desfigura la responsabilidad identitaria y ética de un individuo (del candidato), así como de las relaciones con su medio social (la coyuntura sociopolítica ha rebasado las casi nulas plataformas programáticas y el populismo de tarima carece de sustancia) que tiene como síntomas la arrogancia, el orgullo, la prepotencia, la autosuficiencia, la vanidad, la jactancia, el individualismo exacerbado, entre otros.

Empero, en esencia, el ego politicus evidencia más que un complejo de superioridad, uno de inferioridad que se cristaliza en un tsunami de miedos, de ansiedad y de inseguridad, que junto con los pensamientos intrusivos, recurrentes y persistentes de los presidenciables con TOC, terminan desnudando su mediocridad política y técnica, su autoritarismo, su misoginia, su racismo y su improbidad, confirmando que no tienen la talla para ser hombres y mujeres de Estado.

Y entonces, surgen una serie de preguntas: ¿Cuáles son las relaciones fundantes y características actuales del ego politicus de OPM ante su empecinamiento kaibilesco (napoleonismo tropical mal encarnado) de no abandonar la Casa Presidencial? ¿Cómo se explican las patologías de personalidad de los empresarios-políticos, académicos y militares camuflados que compran partidos de cartón y participan electoralmente sin tener legitimidad ciudadana, y sin posibilidades reales de ganar? ¿Hasta dónde podrían llegar las acciones violentas del TOC que padece Baldizón, si no llegase a ganar la Presidencia? ¿Qué otras prioridades están por inflar el ego politicus de Todd Robinson ante el Departamento de Estado y la Casa Blanca, dado su implacable tutelaje?

A manera de colofón, el ego politicus se ha convertido en una pandemia dentro de la fauna politiquera, cuya exaltación hipomaniaca los hace vivir en un eterno pasaje ritualista que recrea una gama de “virtudes y dones” unipersonalistas/gremialistas en detrimento del bienestar colectivo, de la democracia participativa, del desarrollo sostenible y del amor humano.

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