PERSISTENCIA
El hombre absurdo
Camus nos habla del hombre absurdo; lo define. Para ello, en el ensayo así intitulado, recurre a estas dos estupendas citas: “Si Stavroguin cree, no cree que cree. Si no cree, no cree que no cree”. Dostoievski: Los poseídos. Este es el epígrafe de su ensayo, el cual inicia con esta segunda cita: “Mi campo –dice Goethe- es el tiempo”.
A continuación se pregunta: “¿Qué es, en efecto, el hombre absurdo? El que, sin negarlo no hace nada por lo eterno…”.
Con la cita de Dostoievski, nos hace entrar por la puerta estrecha de la carencia de fe, de la incertidumbre, de la duda, de la imposibilidad de todo, o de la posibilidad de todo. Esto es, en la nada. Es la postura existencialista. La angustia es su consecuencia.
Con la cita de Goethe, pone en un mismo plano el tiempo y el espacio, dentro de los cuales el hombre es y no es a cada instante. Dos poetas inmensos, Dostoievski y Goethe, penetran, con breves y rotundas palabras poéticas, la infinita angustia del hombre, la nada en que se mueve o en que permanece.
Con estas dos citas (de poetas que no de filósofos) se nos abre la desgarrante filosofía existencialista, la cual hace de “la negación su Dios, según palabras de Camus. El absurdo asienta sus bases en esta desesperada creencia de la no creencia”.
Para el hombre absurdo “no hay verdad, sino solamente verdades… cada cosa tiene su verdad”, lo cual nos conduce a un caos de cosas ciertas, no ciertas o simplemente dudosas. A la manera del hombre griego, el hombre absurdo está arrojado a un mundo adverso. Lo que la mentalidad griega concibe como cierto es que está en este mundo (en aquel mundo) en donde los dioses –equivalentes a absurdos-, le manejan de acuerdo a sus caprichos. Se está en un mundo, tal cual es, pero no se sabe ni por qué ni para qué. Lo único verdadero e inexorable es la muerte. Esto que parece limitar todas sus posibilidades y todo el porvenir, hace que el hombre griego, como el hombre absurdo, desarrolle en un “aquí” y en un “ahora” todas sus capacidades humanas y no humanas: divinas y animales, hasta vegetales, tal es su poder en medio de su limitación. Poder infinito en medio de limitación infinita.
Ahora bien, si el hombre absurdo, de acuerdo a Camus, “…no hace nada por lo eterno…”, el hombre griego sí lo hace. Y es realizarse en su cabalidad humana, en su ser a plenitud que se hace patente en la acción o en la creación. La fama es una compensación, de la no eternidad de su ser, una mínima compensación, según nos lo confiesa Aquiles cuando es interrogado por Odiseo. Pero, como dice Nietzsche: “El griego conoció y sintió los horrores y espantos de la existencia…”, y el peor espanto, el horror; “…el auténtico dolor de los hombres homéricos se refiere a la separación de esta existencia… lo peor de todo es para ellos el morir pronto, y lo peor en segundo lugar el llegar a morir alguna vez. Siempre que resuena el lamento, este habla del Aquiles ‘de corta vida’, del cambio y paso del género humano cual hojas de árboles, del ocaso de la época heroica. No es indigno del más grande de los héroes el anhelar seguir viviendo, aunque sea como jornalero…”.
El hombre absurdo de la actualidad, que tampoco cree en su eternidad, ¿piensa en la fama? ¿Habrá para él un mínimo consuelo para su caducidad como la hubo para el griego? Demasiado sabe que es un “ser para la muerte”; además, “la nada” lo aniquila todo y se aniquila a sí misma. Queda aún algo más: la angustia, el personaje fatídico que lo ha puesto en contacto con esa nada.
La fama la adquiere el hombre griego a través de su existencia: haciendo cosas excelentes o cosas heroicas con la palabra “arete” se designa lo perfecto o lo excelso que el hombre puede alcanzar.
El hombre absurdo puede asumir su propio destino, a pesar de las limitaciones que la existencia le presenta. Como el hombre griego, puede realizarse en la capacidad que posee para entregarse a la acción y a la creación. Tanto una como otra entrega implica amor.