EDITORIAL
El poder desnuda lo mejor o lo peor
Se dice que el poder corrompe y a medida que crece hasta ser absoluto también se expande hasta convertirse en tiránico y abyecto, como lo puede atestiguar una galería de dictadores que han atormentado a millones de seres humanos, en diversas épocas y lugares, incluyendo a Guatemala.
En un sentido estricto, no es que el poder arruine a las personas, sino más bien desnuda la personalidad de aquellos que acceden a él: si en su alma predominan virtudes como la humildad, la generosidad o la templanza, será eso lo que se agigante, pero si se tienen aires de grandeza, resentimientos e ignorancia, la potestad pública será una caja de resonancia para tales inclinaciones.
Desde tiempos remotos, el poder ha tenido exponentes vergonzosos, sobre todo en tiempos monárquicos, cuando se concentraba en un solo individuo. Es célebre el pasaje del emperador romano Calígula, en el siglo I, quien en solo cuatro años cometió una serie de tropelías que pusieron en peligro a todo el Imperio; en un acto de insania mental hizo nombrar senador a su caballo Impetuoso, lo cual parece una ocurrencia descabellada pero que tiene parangón con decisiones de gobiernos contemporáneos en diversas materias.
Entre tales casos figura el de los gobernantes o funcionarios que incurren en compras o gastos millonarios para emprender proyectos superfluos, complacer a allegados o simplemente satisfacer su egolatría, mientras miles de niños mueren de hambre.
Algo similar sucedía en Filipinas, bajo la férula de Ferdinand Marcos, cuya consorte, Imelda Marcos, tenía una colección de mil 200 pares de zapatos, como parte de una afición que cultivó a expensas del erario, por no mencionar las exóticas inclinaciones que solían mostrar varios dictadores latinoamericanos, que por sus extravagancias competían incluso con las creaciones literarias que se inspiraron en sus tristes satrapías.
En el caso guatemalteco, ha sido triste descubrir cada cuatro años cómo las caras sonrientes, los ideales vociferados en mítines y los ofrecimientos de los políticos se ven transmutados cuando estos acceden al poder gracias al voto popular: es como si una especie de demencia se apoderara de sus acciones, comenzando porque empiezan a escuchar solo a quienes los adulan, creen únicamente los elogios y no las críticas y consideran enemigos a los sectores que plantean discrepancias sobre sus dudosos proyectos.
En más de un sentido, eso les ha ocurrido a muchos gobernantes de Guatemala, que mareados por el poder incurren en actos de corrupción incluso antes de asumir el cargo, y cuando llegan a este se desbordan en favorecer a sus allegados y lambiscones, que son los que más acentúan la corruptela.
Por ello es que aquí no podemos hablar de grandes estadistas, porque sus gestiones no inciden en el destino de millones de pobres ni en superar sus carencias, ya que favorecen proyectos vacuos y obcecados, como pretender limpiar, con el vertido de un líquido a un costo estratosférico, un lago que se ha convertido en el mejor referente de la situación nacional.