DE MIS NOTAS

En el nombre del Señor…

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No hay uno solo que tire la primera piedra sin estar libre de su propia falencia, su error, su pecado. No existe. Ni u no. Así lo señala la biblia, enfatizando con claridad que el hombre falla, que las estructuras que edifica son finitas, vulnerables y limitadas.

Pero la iglesia cristiana, con todas sus falencias humanas, se ha mantenido. Desde la reforma de Lutero, con aquellas protestas pegadas en las puertas Wittinberg en contra de las bulas o la compra de indulgencias; con las cruzadas matando infieles en el nombre el Señor, hasta la actual Jerusalén, con su milenaria antigüedad y tres religiones conviviendo, una a la par de la otra, cual raíces de un árbol nacido entre en la piedra de una montaña: inseparables, pero divididas, aglutinadas, pero dispersas.

En el nombre del Señor se han cometido todos los pecados que abomina el Señor, haciendo supuestas obras en el nombre del Señor. Con harta frecuencia, se olvida al Señor de las obras.

En su nombre han perseguido, torturado, vendido, invadido, lucrado. No hay parte de la historia humana separada de esa herencia, en un sentido maldita y cuestionada, en otro, positiva divina. En cada momento de la historia del hombre, la fe cristiana ha tenido pues, grandes luces y enormes sombras: la conquista, la inquisición y otras perversiones, pero también ha dado grandes hombres: la enseñanza de la palabra, la conversión auténtica. Al final, el juicio deviene de esa permanente evolución, que se ha ido cambiando y transformándose con el paso de los siglos.

En cada siglo ha enfrentado desafíos. Hoy en pleno siglo XXI: ¿Cómo mostrarles a los niños y jóvenes la fe en Jesucristo sino por medio de un testimonio que refleje su esencia divina y a la vez humana? ¿Como hacerlo en esta era de la tecnología invasiva, transcultural, transgeneracional, transdenominacional?

La nueva generación convive en un mundo multivirtual, de imágenes, de sonidos y colores, de textos predigeridos. Ya no hay tiempo para profundizar en el contenido extenso. Se privilegia el drama, la puesta en escena, el teatro, el show.

Pero al final del día, las nuevas generaciones de cristianos no nacen en la iglesia, sino en el seno del hogar. Conocen los hijos a Jesucristo en el padre y en la madre. En el día a día de la aplicación del principio hecho carne, en la vivencia diaria, porque es en el contexto familiar, desde la niñez, donde se viven los principios y valores cristianos aplicados con el amor de la corrección y la fe vivencial, en medio de un mundo cada vez más complejo y desafíos inéditos.

Ahí es donde actualmente conviven, tanto la megaiglesia, derivada de personalidades carismáticas con su particular expresión y estilo, o la pequeña parroquia o congregación católica o evangélica con su sacerdote de barrio o pastor enraizada en otra manifestación diferente.

Y del otro lado del río está el periodismo, la comunicación de masas, que se presta con igual vulnerabilidad a buscar noticias y primicias con igual denuedo que el diezmo manipulado. Los hay éticos y apegados a objetividad informativa, y los hay sesgados y tan falsos profetas como el peor de ellos.

Es en ese contexto que se dan los reportajes sobre los sacerdotes y pastores leperos. Los medios se nutren de las audiencias generadas por primicias noticiosas o reportajes investigativos.

Univisión debe sacar las pruebas documentales. Relacionar estilos de vida, con vinculaciones a gente de la droga sin respaldo documental, basado en testimonio de terceros, es delicado. Y la Iglesia defender su integridad, no en base a chismes, sino con documentación fáctica, desmintiendo con hechos, la realidad de su integridad.

alfredkalt@gmail.com

ESCRITO POR:

Alfred Kaltschmitt

Licenciado en Periodismo, Ph.D. en Investigación Social. Ha sido columnista de Prensa Libre por 28 años. Ha dirigido varios medios radiales y televisivos. Decano fundador de la Universidad Panamericana.

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