Espíritu y represión

Margarita Carrera

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De suerte que el hombre no ha salido evolutivamente del mundo animal, sino que era animal,  es animal y será eternamente animal”,  retrocede a los  inicios de la ciencia (a la época de Platón, durante la cual se establecía la oposición  espíritu-cuerpo, sosteniendo que la verdadera “esencia” del hombre es su espíritu, rechazándose su cuerpo como algo ciertamente ignominioso), cuando en su filosofía expone que para encontrar al hombre propiamente dicho, hay que saltar sobre su naturaleza (o cuerpo), hacia la dimensión de su espíritu.

Así Scheller, escandalizado por los descubrimientos de la Naturaleza, iniciados en el siglo XIX, se opone a sus avances científicos (como lo hacen otros tantos filósofos), al establecer, arbitraria o imaginativamente, que el humano pertenece a dos mundos: el mundo de la Naturaleza y sus leyes, en el cual se da el homo phainomenon (que “aparece” y “desaparece”); y el reino del  “espíritu”, identificado con el reino de la “libertad”, en el cual se da el homo noumenon (opuesto al  phainomenon, lo inteligible, el espíritu).

Al seguir la postura o el pensamiento de la filosofía tradicional, Scheller no establece nada nuevo cuando afirma que “lo que constituye el ser del hombre, es el espíritu”, privando, pues, la realidad del homo noumenon, sobre la del homo phainomenon, el espíritu sobre el cuerpo.
Scheller (tomado como ejemplo), lo mismo que tantos otros filósofos del pasado y del presente, insiste en rechazar la physis o naturaleza del hombre; su animalitas  no sólo es relegada a un segundo plano, sino despreciada.

Los “impulsos vitales” (o instintos), propios de la animalitas o del homo phainomenon (de acuerdo con  la terminología de Scheller), han de ser para los filósofos (que siguen la línea tradicional a partir de Sócrates) no solo frenados, sino negados: “El hombre es el ser vivo que puede adoptar una conducta ascética frente a la vida (vida que le estremece con violencia). El hombre puede reprimir y someter los propios impulsos; puede rehusarles  el pábulo de las imágenes perceptivas y de las representativas. Comparado con el animal, que siempre dice “sí”  a la realidad, incluso, cuando la teme y rehuye, el hombre es el ser que sabe decir no, el asceta de la vida, el eterno protestante contra toda mera realidad”. (Max Scheller. El puesto del hombre en el cosmos).

Otra de las ideas que se vienen repitiendo a través de la filosofía tradicional (y que expone Scheller, sin ningún asomo de novedad), es la llamada “libertad” que parece  poseer el humano. Esta “libertad innata” que el hombre, por ser hombre, posee, resuelve de manera fácil el conflicto entre los dos mundos que lo componen: el animal y el espiritual.

Por medio de esta “libertad” Scheller desea (yendo contra natura o physis) reconquistar la dignidad que él piensa perdida en el humano, por no saber luchar en contra de su homo phainomenon o animalitas.

La continuación de una filosofía al servicio de Dios es la clara meta de Scheller, quien, representando a tantos otros filósofos, llama al siglo XIX “El gran siglo destructor de ilusiones”.

El  teocentrismo de Scheller es claro cuando expone en su obra Sobre la idea del hombre lo siguiente: “En cierto sentido, todos los problemas centrales de la filosofía se dejan reducir a la cuestión qué es el hombre y qué posición metafísica toma dentro de la totalidad del ser, del mundo y de Dios”.

Indudablemente que este pensamiento es tomado de Kant (1724-1804), esto es, de la Crítica de la Razón Práctica, en donde Kant trata de rescatar los valores surgidos de las relaciones del hombre con Dios y la libertad.

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