Exageran el caso de Alfonso Portillo
Desafortunadamente, la población siempre resulta defraudada. No hay remedio para sus males. Uno de estos es el hambre, cuya magnitud nunca es medida objetivamente por las autoridades nacionales competentes. El examen objetivo viene de afuera, como siempre.
Ese es uno de los resultados de la praxis partidista, en función pública o en función opositora porque, en el fondo, son parte integrante de un sistema que ha fallado.
Por eso, la concurrencia a las urnas cada cuatro años no pasa de un juego de los políticos, a costa de los contribuyentes, que después se convierte en tragedia, decepción, desilusión, ira o todas esas cosas juntas.
Al hablar de lo hecho y lo que se dejó de hacer por los políticos en el Gobierno no se puede resistir la tentación —al menos en mí— de repetir voces ajenas, como la de Pierre Rosanvallon, aplicables a Guatemala en el sentido de que es necesario considerar lo no cumplido, las fracturas, las tensiones, los límites y las denegaciones que desdibujan directa o indirectamente la experiencia de la democracia.
La democracia formula una cuestión que permanece continuamente abierta: parecería que entre nosotros, los guatemaltecos, ninguna respuesta perfectamente adecuada podría dársele. La democracia se presenta siempre como un no cumplimiento. Y es con este pensamiento que debe ser examinado el paso de Portillo por la Presidencia de la República. No hizo nada trascendentalmente bueno por lo que deba ser recordado o aplaudido. Los pobres siguen igual, son más y el sistema no les da posibilidades de mejorar su situación.
Guatemala se comprometió en 2000 a cumplir las metas del milenio, entre las cuales figura la de reducir a la mitad el hambre de la población. Y hasta hoy ese compromiso no ha sido cumplido. En cambio, la comunidad internacional aplaude a Cuba, Nicaragua, Venezuela y Perú por ser los únicos países de Latinoamérica y del Caribe que sí cumplieron en término debido ese compromiso.
¿Qué tienen los gobernantes de Cuba y Nicaragua, por ejemplo, que no tengan los de Guatemala, como Alfonso Portillo, para hacer honor al compromiso adquirido ante la comunidad internacional?
Portillo tuvo una oportunidad de cuatro años, de 2000 a 2004, para hacer avanzar en los programas de la reducción de la pobreza extrema y el hambre y no hizo lo suficiente.
Tan deprimente es la situación, que actualmente nuestro país figura en el puesto 133 de 187 del Informe Global de Desarrollo Humano, y como el más atrasado de Centroamérica.
El pueblo sabe eso y por ello mismo la fiebre de entusiasmo por el retorno de Portillo no alegra más que a los grupos políticos que consideran oportuno utilizarlo, por su fogosa oratoria, como instrumento para ganar votos en las próximas elecciones generales.
Portillo seguramente habrá de pensar en eso al leer el titular de Prensa Libre de ayer, el cual indica que una nueva hambruna amenaza a 874 mil habitantes de 208 municipios. Es la misma hambruna que afectaba, durante el Gobierno de Portillo, a esa parte de la población.
Así que considerarlo un héroe que retorna triunfante es exagerar la importancia del retorno de Portillo a Guatemala. Por el contrario, debería —al igual que otros expresidentes— comparecer ante el pueblo y pedir perdón por no haber hecho lo que bien pudo hacer para reducir a la mitad la pobreza y el hambre de la población y no lo hizo. Después habría que dejarlo disfrutar del derecho a vivir en paz, si él quiere vivir en paz.