MIRADOR
Excusas no faltan
El estado de Sitio decretado recientemente por el Gobierno en la zona Tajumulco-Ixchiguán es revelador de lo que por tiempo se ha venido comentando sin prestarle mucha atención. La “excusa”, siempre necesaria para toda acción políticamente correcta, es la disputa histórica entre dos comunidades y la escasez de agua, lo que permite construir cualquier argumento relacionado con la falta de desarrollo social, la ausencia del Estado o la necesidad de mayor inversión en la zona. Sin dejar de ser cierto que en muchos lugares del interior hay pobreza y carencia de infraestructura, no por eso se justifican ciertas acciones.
Lo que sí ocurre por allá con frecuencia son disparos con fusiles AK-47 y ametralladoras, cierre o bloqueo de carreteras y caminos y ausencia de autoridad legal. El cultivo de amapola, con tres cosechas al año, es la forma más rentable de utilizar la tierra y evidentemente los campesinos se emplean en lograr la mayor productividad de sus campos. Por otra parte, el narcotráfico y el crimen organizado reclaman como “suyo” el lugar y de ahí deriva la violencia existente. En los últimos años se ha consolidado un espacio de cultivo rentable y lucha por el territorio. Juntos generan violencia, muchas veces extrema.
Sitúe en el mapa dichas localidades y comprobará que están en la zona tradicional de los últimos conflictos. En algunas de ellas, Codeca maneja la sustracción de energía eléctrica —o como sutilmente se denomine a ese robo— pero también es donde la anterior administración no quiso hacer efectivas órdenes de detención emitidas por jueces —pendientes a la fecha— o algunas hidroeléctricas tuvieron que irse porque fueron violentamente hostigadas. Es una zona de “guerra” entre mafiosos que se creen dueños del país y que han sido justificados por oenegés, embajadas, organizaciones indígenas y campesinas, gobiernos de la UNE y del PP y hasta la propia iglesia Católica cuando monseñor Ramazzini, antes de ingresar al club de los sensatos, encabezaba protestas.
El conflicto armado interno tuvo un detonante similar, como suelen tener todos los conflictos. La lucha por la pobreza, por las poblaciones excluidas, el desarrollo o el agua, son, entre otros, motivos recurrentes para alzarse en armas o cualquier otra tropelía. La verdad, el fondo del asunto rara vez se conoce de inmediato, pero se sabe con el tiempo. Hay ejemplos históricos que sostienen tal afirmación: el hundimiento de acorazo Maine en Cuba —guerra española/norteamericana—, la acusación de armas químicas a Irak —invasión de aquel país— o cualquier cambio de dictador en América Latina.
El modelo no ha cambiado mucho y las condiciones paupérrimas de la zona hacen posible construir un discurso en el que sostener la violencia, lo que ha permitido negar el acceso a la Policía, impedir la ejecución de órdenes de detención, permitir la “retención” de personas, robar electricidad, asesinar a soldados —recordemos el que custodiaba un helicóptero—, golpear a militares, incendiar vehículos de policías, hostigar a empresas o invadir fincas. Nunca es tarde y el estado de Sitio debe permitir no solamente desarmar y destruir túneles o fortificaciones, sino también presentar a la opinión pública nacional, tan alejada de lo que en el interior ocurre, aquello que realmente ocurre, la necesidad de llamar a las cosas por su nombre y desenmascarar a grupos altamente ideologizados que siguen jugando a desviar la atención con justificaciones y escusas que no responden a la verdad.
¡Y es que la guerra continúa para algunos desalmados!
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