Familia y hogar
Pero vale decirlo: familia y hogar no son exactamente lo mismo. Familia (de “famulae” o “grupo que se alimenta a la misma mesa”) difiere, según la 23 edición del Drae (Nuevo Diccionario de la Lengua Española de octubre 2014) de Hogar, proveniente del latín “focaris” y este a su vez de “focus” o fuego encendido en la sala de comer, de estar, en las antiguas casas. Y también es cierto que hogar se refiere menos a la institución (como lo es la familia, según las leyes de los Estados): hogar se traduce como el ambiente, la actitud más que el acuerdo teórico: hogar es calor en el frío, resguardo en el desamparo, conocimiento en la extrañeza, amor en la indiferencia, aceptación y cariño a pesar de los defectos del otro.
Contemplando hoy a la Sagrada Familia de Jesús, María y José, nace la cuestión de si la familia-institución a la que se dedicará en el 2015 un Sínodo abierto ecuménicamente a muchos credos, se pregunta uno si esa Familia, tan atacada por antropologías confusas, logra crear ese “focaris” o lugar de fuego como ambiente insustituible de relaciones humanas cercanas y fuertes.
Hoy la Sagrada Familia, salida nada menos que de una cueva en tiempo de invierno, en pobreza de migrantes, en peligro de un poderoso Herodes, pero aún así “en paz y gozo espirituales”, llega al Templo de Jerusalén a recibir elogios de la tercera edad (Simeón y Ana) para el Niño, pero también la advertencia del rechazo del recién nacido que será “signo de contradicción” para el mundo.
Y aun así, sigue unida y crece unida, y entonces se comprende su secreto: en aquella familia existía un “hogar” o fuego del amor acrecentado por la Fe, aun en condiciones adversas. El hogar no viene del simple “estar juntos”, pues se puede estarlo, pero cada uno con su screen o pantalla de celular, tableta, televisión, etc.
Juntos pero no unidos, comunicado cada uno con un mundo “virtual inmenso y externo” del ciberespacio, pero poco relacionado con los seres que comparten el mismo techo. Para que en la familia se pueda tener un “hogar” como fuego que hacer madurar a cada generación, cada quien debe renunciar al individualismo, al materialismo, a la tentación de priorizar los mundos externos, reales o virtuales, que deberán pasar a segundo plano para no apagar con su potencia el siempre débil “focaris” familiar. A través de los siglos, las mentes ilustradas y las no tanto, han advertido la importancia de “formar” para el hogar, pero sobre todo de resguardarlo como un tesoro: “La paz y la guerra empiezan en el hogar.
Si de verdad queremos que haya paz en el mundo, empecemos por amarnos unos a otros en el seno de nuestras propias familias” (Beata Teresa de Calcuta, 1910-1987). Que esta época familiar de visitas, obsequios y celebraciones den lugar al cuestionamiento sincero “si la familia forma y alimenta aquel fuego de hogar”, de relaciones cercanas que fortalece en la adversidad, y que la Santa Familia bendiga a todos los hogares de Guatemala ¡Feliz Navidad!