FAROCamino de superación

RODRIGO CASTILLO DEL CARMEN

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En las postrimerías de este difícil año contemplamos la pesadumbre de muchos, la soledad, el miedo, la confusión, los conflictos internos de las personas, y nos preguntamos si algún día será posible vivir en paz, con justicia y progreso.

La respuesta es afirmativa, siempre y cuando cambiemos nuestras actitudes. Es posible si nos desprendemos de nuestros miedos, que son la causa de nuestro actuar violento.

La liberación de las ataduras del miedo y el odio tiene como consecuencia el amor. Un amor que no es otra cosa sino paz, justicia, libertad, respeto y desarrollo.

La vía para ese cambio tan necesario es una: el perdón. Es una exigencia enorme que no necesariamente significa anular las objetivas exigencias de la justicia, ya que la justicia entendida en su verdadera dimensión constituye la finalidad del perdón.

Perdonar no significa ser indulgente con el mal, con el escándalo y el ultraje cometido. El resarcimiento, la satisfacción y la reparación del mal son condiciones del perdón.

Todos tenemos necesidad de ser perdonados y, por tanto, todos debemos estar dispuestos a perdonar.

Pedir y ofrecer perdón es un camino profundamente digno del ser humano y, en algunas ocasiones, la única salida de situaciones marcadas por antiguos y violentos odios.

El perdón es un acto de amor, y como tal tiene sus propias exigencias. La primera de ellas es el respeto a la verdad.

Donde se siembra la mentira y la falsedad florecen la sospecha y las divisiones. También la corrupción y la manipulación política o ideológicas son esencialmente contrarias a la verdad, atacan los fundamentos mismos de la convivencia y socavan las posibilidades de relaciones sociales pacíficas.

Lejos de excluir la búsqueda de la verdad, el perdón la exige. El mal hecho debe ser reconocido y, en lo posible, reparado. Es el primer paso hacia la reconciliación.

Otro presupuesto esencial del perdón y de la reconciliación es la justicia. Una justicia que no se limita a establecer lo que es recto entre las partes en conflicto, sino que tiende sobre todo a restablecer las relaciones consigo mismo y con los demás.

Por lo tanto, contrario a lo que sostienen los promotores de la violencia, el perdón no elimina ni disminuye la exigencia de la reparación, que es propia de la justicia, sino que trata de reintegrar tanto a las personas y a los grupos en la sociedad.

El castigo no ofende la dignidad inalienable de quien ha obrado mal, pero la puerta hacia el arrepentimiento y la rehabilitación debe quedar siempre abierta.

Píldora de humor.- La esposa le dice a su marido: -Qué amorosos son los nuevos vecinos. Mira como él la mima, la besa, la acaricia… ¿Por qué no haces tú lo mismo? -Pero mujer, cómo puedes pedirme eso, si yo casi ni conozco a la vecina.

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