FaroDe chompipe a pavo

RODRIGO CASTILLO DEL CARMEN

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Entre las cosas que rebautizaron los españoles durante la conquista del Nuevo Mundo, pocas fueron tan mal nominadas como la papa, el ananás y el chompipe. A la primera la llamaron patata, confundiéndola con el camote o batata dulce; a la segunda le pusieron piña, porque su aspecto les recordaba la fruta del pino; y al tercero lo inscribieron en los libros culinarios como pavo.

Es difícil entender de qué manera se confundió al pavo real, de ostentosa vanidad, con el humilde chompipe. El ave real despliega un sedoso abanico de plumaje multicolor, mientras que el ave criolla apenas tiene una puñado de plumas negras abultadas con una cola que parece escoba reciclada; el pavo real olfatea el cielo con un piquito como de señora de la alta sociedad antigüeña, mientras el chompipe exhibe una flácida verruga colorada que mostrará la misma señora, pero dentro de veinte años.

El primero emite un quejido cursi; el segundo ofende los oídos con una carcajada propia del más baboso del vecindario. El pavo real se desplaza con la elegancia de una modelo de pasarela, mientras el chompipe lo hace como borracho analizado por un policía. Con tantas diferencias, es inexplicable por qué llamaron pavo al chompipe. Quizás porque ambos tienen plumas y nacen del huevo.

Al humilde chompipe le han dado en varias lenguas diversos nombres, unos más equivocados que otros. En la zoología figura como Meleagris gallopavo, lo cual ya lo emparienta con ese plomoso pariente de alcurnia, el presuntuoso pavo real.

En inglés es turkey, por absurda confusión con la gallina turca, mientras los franceses, lo llaman inexplicablemente como si fuera una campana: dindon.

Como se ve, la lengua española ha dado poco a este pájaro de triste mirada, al que se le rinde un culinario homenaje en Nochebuena y Año Nuevo sacrificándolo para ponerlo empelotado, relleno y rodajeado encima de la mesa, mientras la chompipa y los chompipitos lo buscan infructuosamente en el chompipero.

En la mayoría de los hogares guatemaltecos no ha prevalecido esta costumbre, debido, en gran parte, a la cada vez más precaria situación económica, agudizada en los últimos tiempos no por un pavo real, sino más bien por un pollo ronco que gracias a sus profundos conocimientos y vasta experiencia en el campo de las ciencias económicas, ha llegado a convertir al chompipe en un mito abstracto de fin de año, del que todos hablan pero nadie ve, algo así como el Niño Dios o Santa Claus.

En lo personal, el pavo me parece desabrido y no ha logrado cambiar mi preferencia por una suculenta pierna de cerdo al horno, un buen nacatamal pinolero o un delicioso tamal colorado. Y si pavo queremos comer no hay nada mejor que el ?pan con chumpe? con su salsita encima, o un ?pan con chunchucuyo? de Ahuachapán. Buen provecho, cuidado con el colesterol y… ¡Feliz año nuevo!.

Píldora de humor.

-Llega el marido borracho en la madrugada, justo cuando el reloj daba tres campanadas. Para confundir a la esposa imita nueve campanadas más y se acuesta sigilosamente. A la mañana siguiente la esposa le dice:

-Querido, creo que el reloj se descompuso, porque anoche dio tres campanadas, luego hizo una pausa, cambió el tono y dio otras cuatro, luego se aclaró las campanas con un carraspeo y volvió a sonar cinco veces más, se le salió un gas, dio un par de campanadas extras y se echó a reír.

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