LA BUENA NOTICIA

“Fue la voluntad de Dios”

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Las declaraciones de los supervivientes de la tragedia del Volcán de Fuego incluyen con mucha frecuencia alusiones religiosas.  “Fue la voluntad de Dios”, “gracias a Dios mi familia y yo pudimos salvarnos”, “no nos queda otra que encomendarnos a Dios”, “agradecemos a Dios por los rescatistas”, “con la ayuda de Dios comenzaremos de nuevo”.  La misma persona puede decir la primera y la última frase, en un mismo aliento, sin sentir contradicción.  Porque la primera no significa que Dios tuvo el malévolo propósito de causar muerte y destrucción ni la última significa que Dios enviará ángeles a construir casas, regenerar sembradíos y a cuidar huérfanos.  Esas expresiones manifiestan el hondo sentido religioso del guatemalteco, sobre todo del pobre, para quien las cosas que pasan solo tienen sentido desde un Dios benévolo y misericordioso que incluso en la tragedia y el dolor tiene un propósito salvífico, aunque no lo podamos entender.  Esa religiosidad tiene raíces bíblicas: “El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y saca de él”, se lee en el Primer libro de Samuel y en otros muchos lugares.

Algunos interpretarán estas manifestaciones religiosas como expresión de una resignación inaceptable, de un fatalismo sin sentido. Nos es cierto. Más bien expresan la aceptación religiosa de la pequeñez, fragilidad e impotencia humana frente a las fuerzas que nos sobrepasan. También expresan la confianza en Dios que se transforma en solidaridad, en fuerza para recomponer la vida, en la voluntad de encontrar sentido de futuro en el hecho de estar entre los sobrevivientes. La religiosidad que late en esas expresiones es luz para encontrar sentido donde parece que nada lo tiene, es fuerza para aprovechar las oportunidades para comenzar de nuevo después de que todo se ha terminado, es reciedumbre para mantenerse en pie cuando la muerte, el dolor, el sufrimiento son tan grandes y extensos como los mismos flujos piroclásticos y lahares que bajan por las faldas del volcán.

Expreso mi admiración por el sacrificio, generosidad, arrojo y solidaridad de los rescatistas de los diversos cuerpos de socorro que he podido ver de lejos, desde donde vivo en Quetzaltenango, a través de los medios de comunicación. Manifiesto el homenaje que debemos a todas las personas que convergieron en los lugares del desastre para preparar alimentos, curar heridos, consolar a los tristes, orar por los difuntos, ofrecer apoyo espiritual y esperanza a los sobrevivientes. Motivo a los guatemaltecos que vivimos lejos a colaborar con dinero, víveres, ropa, medicinas, y tantas otras cosas necesarias para apoyar a tantos damnificados, no solo ahora en la coyuntura trágica, sino también en los próximos meses cuando habrá que facilitar los medios para que tantas miles de personas que perdieron todo puedan comenzar de nuevo. Me uno en oración y súplica a Dios con los que perdieron hijos, padres, cónyuges, parientes, además de casas, cultivos y pertenencias y, en medio de su tristeza, desolación y abatimiento, elevan también su mente y su corazón a Dios para encontrar fuerza, sentido y aliento para salir adelante.

Esta tragedia pone en evidencia las carencias, desigualdades, falta de oportunidad que caracterizan a la sociedad guatemalteca. Pero podría convertirse en coyuntura política para plantear de un modo nuevo las reglas y modos de nuestra convivencia para lograr una sociedad incluyente, con oportunidades para todos. Esta tragedia pone en evidencia la fragilidad, fugacidad, indefensión de la vida humana, que encuentra solo en Dios fortaleza, permanencia y protección. Pero también la podemos transformar en una oportunidad de gracia para ser mejores personas.

mariomolinapalma@gmail.com

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.