No hay garrote

JOSÉ RAÚL GONZÁLEZ MERLO

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los empresarios no compiten para ver quién causa más daño a la gente. Compiten por ofrecer un mejor producto a un mejor precio. Solamente una persona que desconoce el proceso empresarial puede afirmar que la empresa X destruyó a la empresa Y. En ausencia de la acción coercitiva del Estado, lo que realmente ocurrió fue que los consumidores no encontraron los productos de la empresa Y suficientemente atractivos. Fueron ellos quienes, voluntariamente, eligieron comprar los productos de la empresa X. Si alguien tuvo ese “garrote” imaginario no fue el empresario X; fueron los consumidores quienes realmente deciden el destino de las empresas.

El tamaño de la empresa tampoco es garantía de su existencia indefinida. Lo único que garantiza su continua operación es obtener el constante favor de los consumidores. Lo cual no quiere decir que los empresarios sean infalibles. Cometen errores y “les quedan mal” a sus clientes. Al fin y al cabo nadie es perfecto. Pero son los primeros en tratar de compensar el error o de corregirlo porque saben que su existencia está condicionada a la “satisfacción” de la mayoría de ellos. Esto no ocurre en las empresas estatales o en las dependencias del Gobierno, donde el ciudadano puede ser visto con desprecio sin consecuencia alguna para el burócrata.

Quienes no viven de producir, sino de lucrar presentando al empresario como el enemigo a destruir suelen promover esa visión “mitológica” de un monstruo empresarial. Y cuanto más grande, más monstruoso. Nada que ver. Independientemente del tamaño, todas las empresas enfrentan los mismos retos. Ninguna “gran empresa” comenzó grande. Todas comenzaron pequeñas y fueron creciendo paulatinamente gracias al atinado esfuerzo de quienes la integraron. Ser grande no es garantía de nada. Muchas han desaparecido. No por culpa de otros empresarios, sino porque los consumidores dejaron de preferir sus productos.

Así que ni existe el tal garrote, ni el proceso de mercado es uno “violento” o “salvaje” donde los empresarios “imponen su voluntad” a los consumidores. Al contrario. Los empresarios constantemente buscan nuevas maneras de convencerlos a adquirir más de sus productos. Utilizarán la persuasión, no la coacción ni la violencia. Y también velarán por cumplir con lo prometido o perderán el favor de sus clientes. No todos serán exitosos. Los consumidores no tienen misericordia con aquello que no les gusta. Esa “mitología del garrote” es, precisamente, eso, un cuento.

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