CATALEJO
Gran corrupción: un nuevo concepto
Poca sorpresa debe causar haber agregado el tema de la corrupción y de la transparencia entre los desarrollados durante la reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa, realizada en La Antigua Guatemala el fin de semana pasado. Es clara la relación entre la labor periodística y la lucha por erradicar una de las peores lacras de la vida política de un país, y de la relación de esta con sectores sociales de poder económico. Es claro también el convencimiento popular de la existencia de dicho fenómeno, pero no lo es tanto el conocimiento de sus alcances cuando se miden sus realidades y sus efectos en todo el mundo. Eso hizo José Ugaz, presidente de Transparencia Internacional, quien expresó en números a este flagelo actual, aunque tan viejo como el mundo.
Las cifras son apabullantes. El dinero necesario para erradicar la extrema pobreza lleva a una suma de 65 millardos de dólares; para dar acceso y sanidad, 27; salud universal, 80, y educación primaria universal, 42, para un total de 214 millardos. Estas sumas palidecen cuando se les compara con el billón de dólares —un millón de millones— en cada uno de los rubros siguientes: flujos ilícitos originados de los países subdesarrollados y en sobornos anuales; tres billones de evasión fiscal, suma a la cual se le agregan entre 20 mil y 40 mil millones de dólares robados de los presupuestos de países del tercer mundo depositados en los paraísos fiscales. En resumen, dos tercios de la humanidad están afectados por la corrupción.
La entidad ha preparado un índice de percepción de la corrupción, según el cual el número mayor indica menos. En el caso de este continente, el promedio es de 32. Venezuela, con apenas 17 y Haití, con 20, son los más afectados. Nicaragua tiene 26; Guatemala, 28; Honduras y México, 30; El Salvador y Argentina, 36; Brasil, 40; Panamá, 38; Cuba, 47; Costa Rica, 58, y Estados Unidos, 74. El primer lugar lo tiene Canadá, con 82. Por aparte, separa ahora al fenómeno de la corrupción en dos grupos: la grana corrupción, realizada por agentes de gran poder político y/o económico capaces de causar efecto en los derechos fundamentales. Esto es novedoso porque relaciona a toda acción corrupta con los derechos humanos y su vulneración o eliminación.
La corrupción actual es distinta a la de hace pocas décadas. Ha avanzado de ser un fenómeno de pequeñas sumas, como dar mordida a un agente policial, a abarcar sumas cuyo monto provoca el atraso de los países, como la falta de carreteras en buen estado, o incluso la vida de los habitantes, los negocios turbios con medicinas, o colocar menos hierro a las columnas de escuelas. La razón de la impunidad de estos casos —muchos de ellos escandalosos, como Odebecht— se debe a la capacidad de sus personajes para protegerse, al crearse una mancuerna entre intereses privados oscuros y funcionarios venales, así como a la distorsión de las políticas e instituciones. Cuando la paciencia popular se desborda, ocurren casos como el de Guatemala hace dos años.
Pero la gran corrupción tiene otros efectos. Puede explicar por qué la mitad de la población del mundo tiene, sumada, una cantidad de dinero mayor a la de las ocho personas más ricas. La banca y el sistema financiero son partícipes, y al recibir dinero de organizaciones terroristas se ha convertido en un problema de seguridad internacional. En América Latina la corrupción tiene orígenes históricos muy antiguos y a causa de ello es particularmente importante la labor de la denuncia y seguimiento por medio de la prensa, lo cual explica los enormes esfuerzos para detener la lucha contra la corrupción. En suma: el tema no es nuevo, pero sí lo son conocer sus verdaderos alcances y las razones para mantener actual batalla para terminarla a través de la denuncia periodística.