ALEPH

¿Hacia dónde vamos?

|

A tono con Benedetti, “quizá mi única noción de Patria/ sea esta urgencia de decir Nosotros”. Desde allí, considero que estas inéditas elecciones fueron cardiacas siempre. Quien diga que todo se dio en completa tranquilidad, vive en Disneylandia o engaña. Durante los últimos meses, nos enfrentamos a una Guatemala distinta cada día, y saltamos de sorpresa en sorpresa. La Cicig y el MP destapaban un caso de corrupción, MP ligaba a proceso, la ciudadanía llenaba las plazas y luego se alcanzaban algunos acuerdos entre distintos sectores de la sociedad política y civil. Seguimos en ello.

Hubo escasos debates entre candidatos, y frente al tema de la renuncia presidencial y la incapacidad del Tribunal Supremo Electoral de sacar a Líder de la jugada cuando pudo, incluso se llegó a un punto en que las elecciones fueron tema secundario en redes sociales, calles y hasta en medios. Entonces, el giro consensuado desde quienes tienen poder real de decisión fue sacar al presidente de la jugada antes de las elecciones, suministrarles un tranquilizante a quienes pedían su renuncia, y darle un segundo aire al proceso eleccionario.

De allí en adelante, las elecciones se levantaron rápida y públicamente a puros memes y medios de comunicación y, privadamente, a pura negociación. El contento por la renuncia presidencial y el hartazgo por la clase política tradicional capitalizaron una participación del 70.38% del padrón, aproximadamente unos cinco millones de personas. Suerte de principiante para el señor Morales. En la capital hubo menos incidentes violentos que en el resto del país, pero las más de 900 denuncias por irregularidades, sumadas a los hechos de violencia, quedan como evidencia. Una elección “normal”, considerando lo que se esperaba.

Entre aplausos y papeletas quemadas esto va quedando, más el desafío enorme de hacernos país. Dentro de las cosas a rescatar de este proceso es que se están rompiendo los moldes de la política tradicional y de la pistocracia (ojalá no sea una ilusión). Hay mucho más interés de la ciudadanía por la cosa pública que en los últimos treinta años, sobre todo de las juventudes (sin desconocer los aportes estudiantiles y ciudadanos desde Ydígoras y después). Se están transparentando los vicios de campaña (acarreos, compra de votos, etc…) y comienza a morir la creencia clasirracista de que el voto rural es de acarreados e ignorantes, mientras que el de la capital es un voto razonado (basta recordar dónde se eligió a Otto Pérez Molina). Empezamos a ser una sociedad de consensos y disensos, a salir de las trincheras de la polarización para relacionarnos más y conocer al “otro”. Se perdió (¿para siempre?) el miedo.

Lo malo es que parece que hay un orden tripartito (económico-militar-político) que no quiere soltar la guayaba. Orden sostenido, además, por una feligresía ciudadana que vive a la sombra de la Guerra Fría y considera a la política como religión y a la historia como amenaza. Veremos cómo se vive todo esto en la segunda vuelta y a partir de la nueva correlación de fuerzas en el Congreso. Toca ahora entender quiénes rodean y financian a los candidatos punteros, y mantener el sospechómetro encendido. No podemos pasar de una “Línea” a otra por default.

cescobarsarti@gmail.com

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.