¿Hechos u opiniones?
El Manifiesto Comunista, una obra indispensable para quien estudia Economía o Derecho, era de lectura restringida porque ni para criticarlo se conseguía. Mucho era “agitador” y así varias generaciones crecimos con miedo y, sobre todo, con “cuidado” porque hablar era peligroso. A casi 20 años de firmada la paz aún pululan algunos que añoran ese tiempo.
Una columna de opinión, como su nombre lo indica, es de opinión. En oportunidades nos encontramos con quienes manifiestan “a veces estoy de acuerdo con usted y a veces no”, y esto es bueno. ¡Qué aburrido sería si todos pensáramos igual!
Nuestra opinión no se puede censurar, por ningún medio, previo a su publicación. Si lee estas líneas y a veces está de acuerdo y a veces no, se agradece su tiempo e interés, en realidad la motivación es tocar temas polémicos. Nuestro compromiso es con nuestros hijos, queremos verlos crecer sin miedo a decir lo que piensan y profesar la ideología que estimen correcta. Personas libres e informadas es un compromiso por asumir como sociedad.
Las opiniones no son “aclarables”. Por ejemplo, si yo creo que el fascismo es malo es mi opinión y nadie puede censurarme porque él cree que sea bueno. Ahora bien, si yo digo: el fascismo es malo y en consecuencia Mario por ser fascista es malo, Mario tiene todo el derecho a pedir aclaración, entre otras reclamaciones. Mi opinión se convirtió en “imputación” y allí hay otras reglas.
Guatemala vive una inusitada “libertad de expresión del pensamiento” y si bien aún existen censuras de diverso tipo, las mismas son más sofisticadas y no siempre pasan por el aparato estatal. Desde Cerezo a Pérez Molina esta libertad, con altas y bajas, ha crecido. Existen retos, ejercer el periodismo en provincia es riesgoso y esto hay que cambiarlo.
Las opiniones son debatibles. Sin embargo, muchos acá por la poca tolerancia pretenden convertir sus opiniones en “hechos” y la verdad, los “hechos” no se pueden cambiar y deben aceptarse. Un proceso penal, debemos señalarlo, es importante no solo porque declara alguna responsabilidad, sino porque es el vehículo estatal para averiguar la verdad de una situación, esa realidad fue probada y si no estamos de acuerdo debemos ver qué fue lo establecido por el juez y después señalar la crítica y la inconformidad. Desvalorizar una sentencia “porque no estoy de acuerdo con ella”, sin fundamento, es dañino para el sistema y, sobre todo, para la República y la democracia.
Acá enfrentamos un riesgo muy alto: las opiniones, de todo tipo, las queremos vestir con tacuche de sentencia y si esto ocurre, olvidémonos de convivir en paz.