PLUMA INVITADA
La aliada de la justicia
Cuando nos informaron que la seño Clemencia había sufrido un accidente, nuestro grito fue de júbilo, salvo dos o tres compañeros, que eran sus preferidos.
La seño Clemen era una mezcla de Hitler y Neruda. Sabía mucho y nos citaba frases célebres que jamás olvidé. Se jactaba de haber educado a muchas generaciones a puro chicotazo, y por eso siempre llevaba una vara de bambú. A fuerza de golpes nos grabó nombres geográficos, biografías de celebridades y principios matemáticos. De memoria debíamos recitar las lecciones y al mínimo titubeo éramos condenados a hacer cien pírricos, contados, por supuesto, por los “más sobresalientes”.
En ese entonces no se hablaba de autoestima —sin embargo causó estragos en muchos de nosotros— ni de bullying, mucho menos de una procuraduría de derechos humanos que nos protegiera de esos y otros abusos. De todas maneras nadie la hubiera demandado, pues era común que los padres le entregaran a sus hijos “con todo y orejas”, como los “educaron” a ellos. Estoy segura de que ella también seguía el patrón con que había sido formada, el de “la letra con sangre entra”. Pero he de reconocer que su entrega era ejemplar.
En su lugar fue nombrada la seño Yoli, que era más joven y jovial. Ella no imponía castigos físicos, no nos jalaba el pelo ni nos dejaba sin recreo. Además, pedir permiso para ir al baño dejó de ser motivo de regaños y podíamos acercarnos a su escritorio, lo que antes era impensable. Era tan extraordinaria que hasta le confiábamos secretos.
Cuando le preguntamos por qué era diferente nos habló de Pedagogía moderna, y aunque no entendimos a qué se refería, dedujimos que era algo bueno, pues no volvimos a recibir castigos humillantes.
He conocido a muchos maestros como la seño Yoli, y también mezclas de ambas; todos imbuidos en una labor que se aleja totalmente de la imagen que malos trabajadores de la educación le han impregnado a la tarea docente. Va para ellos mi reconocimiento, aunque tarde.
Para ellos puede ser deprimente la desidia de las autoridades en cuanto a proveerles lo mínimo para realizar su trabajo de manera digna, desmotivante la indiferencia de los padres en el acompañamiento que deben dar al educando, y decepcionante el desinterés de los estudiantes, provistos de tecnología pero faltos de madurez para usarla con inteligencia; sin embargo, los llamo a que no desmayen.
En su Decálogo de la Enseñanza, José Vasconcelos escribió: “…los pueblos libres veneran a sus maestros y se preocupan por el adelanto de sus escuelas”, y es de esta idea que debe partir cualquier cambio que pretenda mejorar las condiciones del país. Según el mismo autor, “la ignorancia es la causa de la injusticia, y la educación, suprema igualitaria, es la mejor aliada de la justicia”.
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