LA ERA DEL FAUNO
La crítica en un ambiente vulnerable
La mexicana Avelina Lésper vino a decir lo que ha dicho cientos de veces en otros países, que el arte contemporáneo es una farsa; que los museos, instituciones de enseñanza artística, curadores, dueños de galerías y casas de subastas como Christie's venden basura. También, que los llamados artistas contemporáneos buscan fama inmediata y lo espectacular para llamar la atención de los promotores. En otras palabras, que el arte contemporáneo es una mafia integrada por mercantilistas y fanfarrones que hacen performance, happening, vídeo, instalaciones, ready made, entre otras formas de expresión. Es de suponer que tiene detractores.
La presencia de Lésper fue importante porque remueve aguas estancadas. En términos de crítica especializada, el país es un desierto en el que no ocurre nada. Se extraña tanto la columna que publicaba en este diario Irma de Luján. Hay mucho silencio para no ofender. El círculo artístico local es tan rebelde como vulnerable. Lésper no habló de esa vulnerabilidad. Lo suyo es el apaleo sin cortapisas. Hago la observación para opinar que los artistas consagrados han de celebrar, hasta la ovación, la franqueza de Lésper, pero muy probablemente se enfurecerían con una crítica en el mismo tono sobre su obra.
Estoy de acuerdo en varios de los puntos que expone. Considero, sin embargo, monotemático su alegato por el mundo. He buscado su crítica de arte, puesto que tiene una maestría en Historia del Arte por la Universidad de Leds, Polonia, pero no la encuentro. Sería valiosa. Sus textos, entrevistas, conferencias y su libro no hacen crítica de arte sino una crítica general al arte contemporáneo y sus procesos sociales, en todo caso. Me da la impresión de que juega desde hace años con una sola baraja. Es con la que aprendió a ganar. Eso le da, en cierta manera, solidez expositiva y autoridad disparada desde arriba, con todo y entrecejo fruncido, pero a cambio de lucir obsesiva. No aporta golpes donde también sería meritorio.
Durante su participación esta semana en la Escuela Superior de Arte, planteó que los artistas de arte contemporáneo han venido a imponerse en el mercado mundial. Me habría gustado saber qué opina de quienes hacen eso sin buscar el título de artistas. Regina José Galindo, por ejemplo, catalogada en el extranjero como artista contemporánea, no se clasifica a sí misma como tal. En una ocasión, le escuché decir: “No hago arte, no intento hacerlo. No me interesa que me llamen artista. Hago lo mío”. Para mí, esas palabras destruyen la hipótesis totalitaria de Lésper.
Mientras ella exponía, vino a mi mente Schwarzkogler. Paradigma del flagelo. Accionista vienés que enrollado como una momia se hacía tomar fotografías mientras tenía experiencias de dolor. Una de esas ejecuciones fue la supuesta mutilación de su pene. Se dijo que su última gran performance fue su suicidio, en 1969. Todo cuanto hizo, sin embargo, pudo ser arreglo fotográfico. Quizá no hubo tal castración ni un suicidio planificado como arte acción sino una caída accidental, un empujón o crisis depresiva. Odiaba el arte. Quienes lo glorificaron, al final de cuentas, fueron sus críticos.
Es grato escuchar tanta franqueza, es bueno oír cuando alguien apalea con argumentos, como lo hace Lésper, a marchantes y curadores. Solo digo que sus generalidades excluyen realidades locales y latinoamericanas. Digamos que no puede uno ir por el mundo afirmando que cuantos hacen performance se creen artistas, cuando muchos quieren expresar, precisamente, lo contrario. Quizá convenga separar al destazador de cerdos del pescador, por decirlo de una manera.
@juanlemus9