ESCENARIO DE VIDA

La niña de los fósforos

Estos días son apropiados para reflexionar, cuando no todo ha llegado aún a la rutina diaria. Debiéramos empezar el año con una mayor espiritualidad para colocar nuestras energías en la dirección correcta.

De niña veía en la librera de mis padres un libro de la autora Mary Baker Eddy que decía: “El esplendor de esta natividad de Cristo, revela significados infinitos y da múltiples bendiciones. Los regalos y pasatiempos materiales tienden a borrar la idea espiritual en la conciencia, dejándolo a uno solo y sin Su gloria”.

Una historia que siempre evoco es La niña de los fósforos, de Hans Christian Andersen. La historia sigue así: “En un ángulo que formaban dos casas —una más saliente que la otra—, se sentó en el suelo y se acurrucó hecha un ovillo. Encogía los piececitos todo lo posible, pero el frío la iba invadiendo y, por otra parte, no se atrevía a volver a casa, pues no había vendido ni un fósforo, ni recogido un triste céntimo. Su padre le pegaría, además de que en casa hacía frío también; solo los cobijaba el tejado, y el viento entraba por todas partes, pese a la paja y los trapos con que habían procurado tapar las rendijas. Tenía las manitas casi ateridas de frío. ¡Ay, un fósforo la aliviaría seguramente! ¡Si se atreviese a sacar uno solo del manojo, frotarlo contra la pared y calentarse los dedos! Y sacó uno: «¡ritch!». ¡Cómo chispeó y cómo quemaba! Dio una llama clara, cálida, como una lucecita, cuando la resguardó con la mano; una luz maravillosa. Le pareció a la pequeñuela que estaba sentada junto a una gran estufa de hierro, con pies y campana de latón; el fuego ardía magníficamente en su interior, ¡y calentaba tan bien! La niña alargó los pies para calentárselos a su vez, pero se extinguió la llama, se esfumó la estufa, y ella se quedó sentada, con el resto de la consumida cerilla en la mano”.

Y así sigue la historia narrando cómo ella prendió otros fósforos para calentarse y se imaginaba la mesa puesta con un blanquísimo mantel y un pato asado relleno de ciruelas y manzanas. Y siguió con la tercera cerilla y vio un árbol de Navidad pero al apagarse, todas las lucecitas se remontaron a lo alto.

“Su abuela, la única persona que la había querido, pero que estaba muerta ya, le había dicho: —Cuando una estrella cae, un alma se eleva hacia Dios. Se apresuró a encender los fósforos que le quedaban, afanosa de no perder a su abuela; y los fósforos brillaron con luz más clara que la del pleno día. Nunca la abuelita había sido tan alta y tan hermosa; tomó a la niña en el brazo y, envueltas las dos en un gran resplandor” (…)”. Pero en el ángulo de la casa, la fría madrugada descubrió a la chiquilla, rojas las mejillas y la boca sonriente… Muerta, muerta de frío en la última noche del Año Viejo. La primera mañana del Nuevo Año iluminó el pequeño cadáver sentado con sus fósforos: un paquetito que parecía consumido casi del todo. «¡Quiso calentarse!», dijo la gente. Pero nadie supo las maravillas que había visto, ni el esplendor con que, en compañía de su anciana abuelita, había subido a la gloria del Año Nuevo”.

¿Cuántos niños como ella habrán de noche en las calles sin que nadie les tienda la mano? Dejemos solo de pensar en quemar cuetes en días festivos cuando hay cosas más importantes que hacer. ¡Feliz Año Nuevo y les invito a sintonizar hoy “Los secretos mejor guardados de Chiquimula”, por Guatevisión, 8 am, y hagamos felices a los niños más necesitados apoyando a la Asociación Corazón Integral www.celf.org.

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