SI ME PERMITE

La retrospección siempre aclara el panorama

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“Aprendió tanto de sus errores que cuando tropezaba, en lugar de caer, volaba.” Álex Rovira

Fácilmente podemos caer en extremos cuando estamos pensando en nuestro pasado. Por un lado, ignoramos el recorrido de nuestro pasado y no aprendemos de él, o bien nos cuidamos para no repetir las cosas que no fueron provechosas para nuestra vida.

Por otra parte, puede ser que hemos vivido algunas situaciones no tan agradables y permitimos que estas nos afecten de tal manera que nos paralizamos por un ayer y podemos sacar poco provecho de las oportunidades que se nos presentan hoy.

Debemos buscar un equilibrio provechoso, de tal modo que podamos vivir momentos de retrospección sin mezclar los sentimientos, y verlo como un proceso del devenir de la vida para planificar mejoras en las cosas que no hemos podido ser provechosos, y si recordamos vivencias no favorables, debemos verlas como una escuela que nos ha dejado lecciones, las cuales no solamente nos ayudan a nosotros mismos, sino que también pueden servir como elementos vividos para ayudar a otros y que ellos también puedan sacar provecho de esas situaciones.

Valorar retrospectivamente nuestras vivencias puede ser traducido en experiencias, las cuales, tanto en el presente como también en el futuro, darán un valor agregado a lo que nos podamos involucrar, proyectando un perfil de madurez que de otro modo difícilmente podríamos ser provechosos en las alternativas que nuestro medio ofrece.

El pasado debe ser parte de nuestro pudor y debe ser manejado con la discrecionalidad debida para que otros no se entrometan en él, a menos que nosotros lo permitamos. Esto debe llegar a ser un criterio de saber a quién y por qué razón compartimos nuestras vivencias del pasado.

No podemos negar que por haber compartido algo vivido en el pasado a alguien, nos ha limitado cuando queremos emprender algo nuevo, porque a quien se le compartió lo vivido puede perjudicarnos.

Muchos quisieran tener un pasado óptimo, como si la vida nuestra fuera una vida de hadas, cuando todos los humanos aprendemos por el proceso de nuestros propios errores, pero con la habilidad de no volverlos a repetir.

Cuántas veces hemos escuchado a alguien compartir algún disgusto vivido y le correspondemos con una simple sonrisa, por el simple hecho de que nos identificamos con lo que esta persona nos ha contado.

Si entendiéramos que la simple convivencia con los nuestros debe ser un aprendizaje constante para poder mejorar nuestro modo de ser y hacer las cosas, eso nos evitaría ser críticos de lo que otros viven.

Finalmente, uno debe ser entendedor de su pasado para poder planificar sabiamente el resto de sus días, primeramente conociendo sus fortalezas, para así mejorarlas y cultivarlas, a fin de que cada paso que vivamos vayamos escalando de modo que lleguemos a las metas que nos hemos trazado.

Este principio no solo debe aplicarse a nuestra vida, sino también en la medida que nos relacionamos con otros, y en la medida de la responsabilidad y autoridad que ejercemos debemos ayudar a otras personas a vivir con la claridad del equilibrio entre la realidad del pasado y el potencial que el futuro nos depara.

El concepto anterior nos pone en la responsabilidad de ser guardias de nuestros hermanos, para que no caigan en un encierro en sí mismos, al punto de que pierden la oportunidad de dar lo mejor de su potencial. Esto no se logra de un día para otro pero se puede construir progresivamente.

ESCRITO POR:

Samuel Berberián

Doctor en Religiones de la Newport University, California. Fundador del Instituto Federico Crowe. Presidente de Fundación Doulos. Fue decano de la Facultad de Teología de las universidades Mariano Gálvez y Panamericana.