VENTANA

Los niños y Panta

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Tengo la enorme ilusión de llevar a mis pequeños nietos, Camila, Juliana y Lucas, al Parque Nacional Arqueológico Tak’Alik Ab’aj (Panta), dentro de unos años. Quiero contarles la historia de esta “ciudad origen” porque fue escenario de dos culturas mesoamericanas únicas, la olmeca y la maya. Quiero que descubran cómo sus habitantes se explicaron el mundo que les rodeaba. Cómo ordenaron el espacio y el tiempo admirablemente. Cómo construyeron una ciudad sagrada de acuerdo a las estrellas y al camino del sol. Les recordaré lo que susurra la voz del Clarinero, “el diseño abierto de las ciudades mayas espejeaba al universo. Sus templos, esculturas, murales y entierros están orientados de acuerdo a los cuatro puntos cardinales o relacionados con un planeta o una estrella”.

Cada día confirmo que el mayor desafío en la vida de la niñez, en este siglo XXI, será el cambio climático. A partir de 1960, el sistema de vida industrial contribuyó a aumentar las emisiones de carbono en el mundo, poniendo en peligro los ecosistemas naturales de la Tierra. Las jóvenes generaciones deberán comprender que viven en un planeta que está vivo y que si sus ecosistemas mueren, sus vidas penderán de un hilo. Esta íntima conexión con la Tierra nuestra generación la ignoró. Por eso imagino que la primera visita con mis nietos a Panta será para un solsticio de invierno, un 21 de diciembre. Quiero que descubran la íntima conexión que existió entre sus habitantes y el mundo natural que les rodeaba. En la madrugada de ese día caminaremos por su frondosa vegetación y las esculturas con figuras de sapos, serpientes, tortugas, jaguares y cocodrilos. Llegaremos hasta un altar de roca simple con la superficie alisada, donde hace más de dos mil años un hábil escultor talló genialmente dos huellas de pies tamaño 38. En ese altar 46, como lo denominan los arqueólogos, cada 21 de diciembre el sacerdote astrónomo se paraba en esos “piecitos”. Con su cuerpo erguido miraba hacia el frente, en una dirección 115 grados al noreste en el horizonte de la cadena volcánica de la Sierra Madre, que simulaba la cresta de un cocodrilo. Así presenciaba el nacimiento del dios sol. El maya antiguo relacionó a la Tierra con la imagen mítica de un cocodrilo que flotaba en una vasta laguna, alusivo al universo infinito. Estaremos atentos al momento mágico de la salida del astro. Marcaremos, en un mapa de la cordillera volcánica que habremos dibujado juntos, el punto dónde emergerá el sol. Al siguiente año volveremos con nuestro mapa, para el equinoccio de primavera, el 21 de marzo. Luego, volveremos para el 21 de junio, para el solsticio de verano. Sólo así corroborarán ¡cómo el cocodrilo se habrá movido! El sol habrá nacido, cada vez, en un punto diferente de la cresta del cocodrilo.

En noviembre de este año 2016, los arqueólogos Christa Schieber de Lavarreda y Miguel Orrego, a cargo de Panta y del sitio arqueológico Los Ángeles, dieron a conocer el hallazgo de una cripta con ofrendas en el caserío Guadalupe. El entierro tiene características culturales k’iche’s del Posclásico Tardío. Este descubrimiento explicará mejor el final de la historia de Tak’alik Ab’aj. Pero lo interesante es que en este rescate arqueológico están participando la comunidad y los niños. Christa y Miguel saben que dentro de 20 años estos niños serán los adultos que tendrán que decidir en qué mundo querrán que sus hijos vivan. ¿Sobrevivirá la imagen de una Tierra viva como un cocodrilo?

clarinerormr@hotmail.com

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