CATALEJO
Los políticos y su visión de la historia
La historia es un juez implacable. Absuelve a unos, condena a otros y muchas veces se impone finalmente ante versiones de apariencia históricas, pero en realidad panfleteras, malintencionadas. En demasiadas ocasiones, nuevas verdades producidas por el desarrollo de la misma Historia llevan a conclusiones distintas y entonces queda al descubierto cualquier intento de manipulación. También el tiempo es uno de los factores más importantes, y de allí nace un refrán poco conocido de nuestro idioma español: “Para verdades, el tiempo”. Porque este permite análisis serenos y por eso los historiadores profesionales consideran a medio siglo el tiempo necesario para poder hablar realmente de Historia. Los vencedores la escriben, pero el tiempo la revisa.
La importancia otorgada por un político a la Historia es una de las motivaciones, aunque sean inconscientes, para su forma de actuar. Cuando Napoleón dijo a sus tropas frente a las pirámides de Egipto “cuarenta siglos nos contemplan”, demostró su decisión de permanecer en la historia universal como una de sus grandes figuras. Churchill, ya en el siglo veinte, era notorio por esa característica. San Martín, Bolívar, igualmente demuestran esa cualidad. En Guatemala, Barrios puede ser considerado integrante de este grupo. Para respetar a la Historia, se le debe conocer, y entonces los políticos caracterizados por sus analfabetismos, entre ellos el histórico, están fatalmente condenados a la inapelable y dura condena de esa implacable Historia.
A mi juicio, ninguno de los políticos guatemaltecos actuales, sobre todo los bisoños, tiene siquiera la sospecha de ser personajes históricos, para bien o para mal. La piñatización de las empresas estatales, el robo descarado de elecciones, el apadrinamiento y compadrazgo con sectores oscuros, son ejemplos de personajes cuya incapacidad intelectual no les permite entender el riesgo de entrar a las páginas de la historia guatemalteca como maleantes. Parte de esto es llegar a puestos públicos, sobre todo la presidencia de cualquier organismo del Estado, porque implica estar consciente de la propia incapacidad, dentro de la cual se incluye aceptar las ofertas de delincuentes para ocupar puestos a donde se llega a realizar y permitir el robo a manos llenas.
Hoy en día hay ejemplos en muchos países. Cuando Donald Trump usa la frase “países de mierda”, demuestra, entre otras cosas, su desconocimiento al crucial papel suyo en lo personal y como miembro de un partido político estadounidense, pero además a la Historia. Si Jimmy Morales despotrica en arranques de ira contenida, demuestra lo mismo. Por supuesto, la diferencia es abismal en cuanto a los efectos de disparates de esta naturaleza, pero también la similitud es cercana porque cada quien en su campo contribuye a disminuir la importancia de la institución del Ejecutivo, factor fundamental en la democracia presidencialista practicada en ambos países. En una democracia parlamentaria, tales exabruptos costarían el puesto.
Este desconocimiento y desprecio por la Historia es una de las razones de la desesperanza en el futuro de América. En Cuba, Raúl se aferra al poder y llama a elecciones tan amañadas como las de Maduro en Venezuela. La Historia juzga de una manera al inicio de la revolución cubana y en forma distinta a la etapa post guerra fría. Igual sucede con el chavismo: el heredero del poder se ha colocado contra la Historia, de espaldas al mundo como es ahora. En Guatemala, una de las mayores tragedias está constituida por la absoluta falta de posibilidades de mejorar: los políticos seguirán actuando con miopía de primer orden y por su ignorancia y descaro entrarán a la Historia como parte de los personajes oscuros condenados por esa jueza inapelable.