Mentiras piadosas

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Las campañas de buena voluntad, cuya finalidad es hacer un poco menos patética la Navidad de los niños pobres, parecen llenar las expectativas de algunas almas caritativas que, al aproximarse las fiestas de fin de año, sienten el irrefrenable impulso de compartir. El problema es que si escarbamos un poquito más profundo, esas iniciativas perpetúan de algún modo la enorme distancia que separa a la sociedad en dos mundos divergentes: uno orientado hacia el consumismo y la tecnología. Otro, muy lejano, en rumbo descendente hacia una pobreza todavía más lacerante e irremediable.

Las imágenes de niñas y niños desnutridos hasta perder el deseo de vivir no son un truco fotográfico para ablandarnos la conciencia. Así es la niñez chapina, esa que vive en el campo y en los suburbios, apenas a unos cuantos kilómetros de las colonias residenciales con casas de medio millón de dólares para arriba. Esa es la niñez que estamos “cultivando” a la sombra de los monopolios, de los trucos fiscales, de las transas burocráticas y la desidia de los políticos.

Sabemos que en el futuro esa niñez no pasará la factura porque ni para eso tendrá energía suficiente. Simplemente intentará sobrevivir porque así es la vida que le tocó en suerte. Lo que esas niñas y niños ignoran y continuarán ignorando es que su alimentación —la que les habría salvado del descalabro físico, mental y psicológico— se fue por la vía de la negociación hacia otros rubros y de ahí a los bolsillos de algún funcionario, de un empresario con conectes, de alguna multinacional protegida por su embajada.

La caridad oportunista no es más que una mentira piadosa para quedar bien consigo mismo, con la opinión pública, con los accionistas, con el reflejo en el espejo. Pero no cambia la realidad. Ni siquiera reduce el impacto de la injusticia de un sistema depredador que ha escogido a sus víctimas entre los más débiles: las niñas, niños y adolescentes, las mujeres y la población indígena más pobre. Son ellos quienes no tienen voz en los círculos políticos ni económicos porque son considerados una masa inexistente y, a veces, incluso, un handicap social.

La doble moral compite con la amnesia. Creernos generosos por regalar una muñeca una vez al año es casi un insulto. En ese gesto revelamos lo mal que funciona la memoria histórica, lo pobre que es nuestro concepto de justicia y de solidaridad. El auténtico regalo de Navidad debe ser una revisión profunda de lo que hemos hecho con el sistema democrático y cómo hemos permitido que se prostituya hasta el extremo de condenar a nuestra niñez a una lenta muerte por desnutrición. La pobreza extrema no es cuestión de suerte. Es producto de la pérdida de valores en todos los estratos de la sociedad.

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