Cuando no me mirabas

Cuando no me veías, vi que sin motivo aparente le llevabas flores a mamá y aprendí lo importante de demostrar amor sin esperar un día especial. Aprendí que todos los días son especiales por el simple hecho de amanecer vivos.

Cuando pensabas que no te veía, te sentaste a mi lado y me preguntaste cómo me fue en mi día, aunque mis días en el cole no eran nada emocionantes comparados con los tuyos, en mi pequeño mundo sí que lo eran y con tan solo preguntarme me hiciste ver que yo te importaba.

Cuando tú pensabas que no veía, te vi compartir todas las mañanas un “buenos días” y un justo pago a don Maco, que te ayudaba a parquear el carro enfrente de la panadería, y al finalizar el día un “buenas noches” y su justo pago a doña Marta, que lo cuidaba frente a tu oficina. Aprendí a ver a cada persona sin distinciones. Me enseñaste así que antes que cualquier cosa todos/as somos seres humanos y tenemos la misma dignidad.

Cuando pensabas que no te miraba te escuché más de alguna mañana agradecer a Dios por haberte permitido despertar, por estar sano, por tu trabajo, por mi mamá y mis hermanos y hermanas; y vi tantos motivos que hay para agradecer.

Cuando tú no me veías, yo sí te vi. Te vi cantar y bailar de alegría cuando había una fiesta, y llorar y entristecerte cuando alguien partía… aprendí a celebrar la vida, valorar la amistad y expresar tus sentimientos en cada momento y en su justa dimensión.

Cuando tú no me veías, te escuché hablarle a mamá de los sacrificios que a veces hacías para que a fin de mes te alcanzara el dinero, y pensando que no lo sabíamos nunca dejaste de invitarnos a comer un helado o comprar aquel juguete, y aprendí la satisfacción que brinda el dar más que lo que se da.

Cuando no me veías te vi salir cada mañana lleno de optimismo y esperanza de hacer ese el mejor día de tu vida y de dar todo lo que tú tenías, y aprendí a ver cada día como una oportunidad para sembrar y cosechar, aun cuando hubiese días nublados difíciles u oscuros.

Cuando tú no me veías, te vi escuchar a otras personas, aunque para algunos esas personas no tuvieran mucho que decir o fueran intoleradas por quienes estaban “muy ocupados”. Me enseñaste a escuchar, respetar y valorar a cada persona y aprender de cada opinión.

Cuando pensabas que no me veías, te vi alimentar y cantarle al perro de la casa e incluso a los que deambulaban perdidos en la calle, y vi que nunca mataste ni a una mosca… aprendí el valor de la compasión, del respeto a la vida y a la creación.

Cuando no me veías, te vi confiar en Dios y te escuché decir que lo que Él hacía estaba bien hecho, fuera lo que fuera, aun sabiendo que entrabas al hospital para no salir más… me enseñaste a tener fe y que no todo está perdido aun cuando todo apunte a que lo está.

Cuando tú pensabas que nadie te veía, yo lo hacía. Te vi sin que me vieras y te escuché sin que me hablaras, y aprendí tanto de ti, que aunque hoy no te vea, te sigo viendo y te sigo escuchando. Gracias, Papá.

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