Miserias

VÍCTOR  M.  RUANO P.

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Nos interpela la miseria material que padece nuestra patria, sin que veamos de parte de las autoridades la aplicación de políticas públicas eficientes para erradicar de la pobreza a cuantos viven en condiciones indignas de la persona humana; es decir, que están “privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural”. El origen de esta situación de miseria se da “cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a las exigencias de una distribución justa de las riquezas”. Por tanto, es urgente que los cristianos y personas de buena voluntad “se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir”.

Nos cuestiona la miseria moral en las instituciones del Estado y en quienes las dirigen, desde el Ejecutivo-Judicial-Legislativo, pasando por el regional-departamental hasta el nivel municipal. Basta mirar los efectos de la corrupción: pueblos y ciudades sucias y desordenadas, malas calles y pésimas carreteras, puentes que parecen de papel, presupuestos abultados y cobro exagerado de comisiones, obras sin terminar y de mal gusto estético, dobles nóminas, clientelismo político y tráfico de influencias, compra y venta de votos.

No olvidemos también a nivel personal y familiar la miseria moral que nos hace “esclavos del vicio y del pecado”. Es alarmante la cantidad de hogares que en Guatemala viven en permanente angustia “porque alguno de sus miembros tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía”. El drama de los suicidios es otra manifestación de esta miseria que padecemos, como consecuencia de que las personas “han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectiva para el futuro y han perdido la esperanza”. Son muchos los que “se ven obligados a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas; por falta de trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa; por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud”.

Nos golpea la miseria espiritual que padecemos “cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor”. Algunos sectores de la población pareciera que “no necesitan a Dios, que en Cristo nos tiende la mano”, porque piensan que se bastan a sí mismos. Tal actitud conduce al fracaso. “Dios es el que verdaderamente salva y libera”. Aun integrando las “fuerzas vivas” de la Iglesia podemos sufrir de esta miseria espiritual cuando caemos en dogmatismos cerrados y fanáticos o en sectarismos cómodos y excluyentes que no nos dejan ver más allá de nuestros movimientos. “El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual”.

pvictorr@hotmail.com

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