LIBERAL SIN NEO
Modelos mentales
El progreso económico y social requiere que las instituciones evolucionen rápidamente, en la dirección correcta. Los modelos mentales, “la forma en la que las personas se entienden a sí mismas y sus circunstancias, así como su habilidad o inhabilidad para afectar esas circunstancias a través de sus acciones individuales o de políticas públicas”, pesa mucho sobre cómo evolucionan las instituciones. Mientras prevalezca la visión de la producción y la creación de valor como una actividad fundamentalmente extractiva —lo que unos logran a expensas de otros— visión profundamente incrustada en la educación, la población y la retórica, el futuro no es muy promisorio.
Siguiendo a Chamlee-Wright y Storr (2015), los modelos mentales compartidos o “esquemas ideológicos” sirven de marco teórico para la comprensión de causa y efecto [causalidad] y el orden que observamos en el mundo. Considérese el modelo mental que la enfermedad es causada por plethora, un exceso de sangre en el organismo, lo que conduce a sangrar para curar. El sangrado sería en casi todos los casos la estrategia equivocada, pero este modelo mental prevaleció durante muchos siglos. Si el paciente sanaba, sería por el sangrado, y si moría, la presunción sería que la enfermedad ya estaba muy avanzada y no que el sangrado fuera la causa de muerte. El modelo mental define no solo el curso de acción, sino también la ruta de aprendizaje, que en este caso sería desarrollar mejores técnicas de sangrado. Si el modelo mental relaciona la enfermedad con colonias de bacterias, esto no solo prescribe un diferente curso de acción para la cura, sino además coloca a curanderos en una ruta de aprendizaje también muy diferente.
Este es el caso del modelo mental del “salario justo”, por ejemplo, que prevalece en Guatemala, donde el nivel de los salarios se aprecia como un problema ético, resultado de “malas acciones” de empleadores. Los salarios aumentarán en la medida que aumente la inversión —planes y recursos para producir— y la demanda de trabajadores. Si priva este modelo mental, digamos, científico, el curso de acción prescrito es lograr que aumente la inversión y la demanda de trabajadores, y la ruta de aprendizaje se encamina a descubrir formas de lograrlo. Si priva el modelo del salario justo, el curso de acción y la ruta de aprendizaje toman otro camino, que probablemente no conduzca a más y mejores empleos.
Otro ejemplo es la oposición a la minería y las hidroeléctricas, inducida por esquemas ideológicos e incentivos rentistas bajo la bandera ambientalista y ancestral, que ha penetrado profundamente. Paradójicamente, coexiste con no solo el deseo, sino la exigencia de tener acceso a los bienes del mundo moderno. Se demanda acceso a una tomografía —gratuita— a la vez que se denuncia, desconfía y ve como extractiva toda la cadena de actividades que pudiera ponerla al alcance. Quiero teléfono celular pero no minería, energía barata pero no petróleo y una cuenta de luz ínfima, “nacionalizada”, pero no hidroeléctricas.
En la gran mayoría de la elite intelectual, el espectro educativo, la casta política y la población en general, prevalece el modelo mental de la lucha de clases. El esquema ideológico generalizado, el “estado de la retórica”, es que la prosperidad de unos es injusta, fundamentalmente extractiva y excluyente. La riqueza que se produce, el valor creado, se logra a costa de los menos afortunados: es un “stock” mal e injustamente distribuido. La democracia es para que la clase política redistribuya y corrija esta injusticia. Este es el modelo mental de “se me debe”.
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