SI ME PERMITE

Moldeando las capacidades

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“Eres tú mi maestro, eres mi autor; eres tú solo aquel, de quien yo hurto el bello estilo, que me ha dado honor.” Dante Alighieri. Cuando se mira en retrospectiva por el paso de la vida y se recuerda que llegamos a este mundo sin saber nada, pero por cada paso que hemos dado, hubo alguien que estuvo a nuestro lado para enseñarnos el cómo se hace y su significado.

Hay quienes ignoran la infinidad de personas que han invertido en la vida de uno para que llegue a ser lo que es, pero es gratificante detenerse en la vida por lapsos breves y reflexionar sobre aquellos que se tomaron el tiempo de enseñaros e instruirnos para que pudiéramos sentirnos útiles.

Si eso es verdad, cada uno de nosotros también debe en su tiempo ayudar al prójimo para que pueda mejorar en su conocimiento, pero de manera especial esto se aplica a aquellos que tienen la vocación de maestro, ya sea que se lo reconozcan o no.

Cuando hablamos de un maestro no nos referimos a aquellos que se ganan la vida dignamente simplemente transfiriendo información, sino de aquellos que pueden detectar el potencial que uno pueda tener y que lo ayudan para llegar a su máximo potencial. No podemos negar que, por momentos, cuando no sabíamos qué hacer y por dónde ir, de pronto alguien se cruzó en nuestro camino y nos ayudó a pintar un horizonte que hoy estamos disfrutando.

Muchos de los maestros, al igual que un artista, tienen la habilidad de pintar un horizonte para sacarnos de donde estamos y llevarnos de la mano hasta afirmar nuestros pies. Estos no solo merecen el reconocimiento, sino también el agradecimiento por haberse tomado el tiempo de observarnos y ayudarnos en medio de sus múltiples ocupaciones. Además, si hemos cambiado por el aporte de ellos, manifestemos en la vida esa tarea tan genialmente lograda.

Debemos admitir que en nuestros días la vocación de un auténtico maestro no se destaca, primeramente porque nuestro medio se ha empeñado más en una mentalidad utilitarista y no tanto velar por el mejoramiento del prójimo, pero por otra parte también hay que admitir que muchos no aceptan que se les oriente o corrija, lo toman como que uno está violando su privacidad, cuando en realidad lo están sacando de su estancamiento.

Hay quienes tienen el desagradable recuerdo como maestros, cuando han exigido a sus alumnos rendir más y empeñarse por mejorar, y no faltan padres que vienen a reclamar que están exigiendo tanto a mi hijo que no es justo. Este es un dilema muy difícil de reconciliar.

En un pasado no muy lejano estaba el criterio de que se traía a un alumno a un maestro y se lo dejaban para que moldeara su pensar y su aprender, con la advertencia de que si no obedecía se le aplicara la disciplina. Ahora estamos en un extremo opuesto que nos lleva a la realidad de que nos graduamos de algo, pero no llevamos la más mínima huella de un maestro que nos ayudara a destacar donde tengamos que desempeñarnos.

Como individuos podemos tomar la determinación de honrar a nuestros mentores y disponernos voluntariamente a ser formados en la máxima excelencia para que la próxima generación, en lugar de ir en retroceso, pueda cambiar para bien.

Recordemos nuestra vida y también la sociedad, que en cierta forma son producto de lo que permitimos que nuestros maestros formen en nosotros y actuemos en bien de los que nos acompañarán como también actuemos en bien con aquello a lo que nos habremos de involucrar.

samuel.berberian@gmail.com
 

ESCRITO POR:

Samuel Berberián

Doctor en Religiones de la Newport University, California. Fundador del Instituto Federico Crowe. Presidente de Fundación Doulos. Fue decano de la Facultad de Teología de las universidades Mariano Gálvez y Panamericana.

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