Nido de recuerdos y de tradiciones
LA NAVIDAD ES un momento del año y de la vida con mucha facilidad de convertirse en esa fábrica a la cual me refiero. Y tiene el valor adicional de tener en sí misma tradiciones puramente culturales, agregados a aquellas pertenecientes a lo religioso. Además de ayudar a los seres humanos nacidos en el mundo cristiano occidental a un renacimiento, aunque sea breve, de sentimientos positivos, la época en la cual se celebra el milagro de Belén es la fuente de manifestaciones diversas del espíritu y también a la práctica de tradiciones. Como toda manifestación cultural, con el paso de los años va experimentando cambios, y debido a eso uno de los cuidados necesarios es impedir la destrucción de lo tradicional para imponer lo novedoso.
EN TODOS ESTOS RE- cuerdos sobresalen dos clases: la primera son los momentos vividos en la infancia propia o en la de los hijos o los nietos. La forma infantil de celebrar la Navidad es única e irrepetible, porque despierta ilusiones posteriormente imposibles cuando llega la etapa de la adultez o al menos cuando se deja de ser niño, porque se comienza a ver y a sentir la vida de manera más real y por tanto a veces ruda, injusta, triste. Esto, claro, a veces sucede a los pocos años de haber comenzado la infancia, según las circunstancias. Esta es una de las causas de la melancolía propia de la época navideña, al recordarnos a todos cómo éramos, cómo pudimos ser, cómo pudimos soñar y cómo pudimos alegrarnos con hechos muy simples.
LA SEGUNDA FUENTE DE recuerdos tiene en su centro a aquellas personas cuya ausencia definitiva extrañamos. Quienes se fueron para siempre, de alguna manera se presentan en la Nochebuena y espiritualmente están cerca de los niños ilusionados con la apertura de regalos, o cerca de los adultos con quienes a veces hasta hace muy poco tiempo era posible hacer un brindis, recibir o dar un abrazo y decirles palabras de buenos deseos. Entonces lo mejor es recordar su vida, no su muerte; las sonrisas, los buenos momentos, y hacer a un lado el recuerdo del momento y las circunstancias de su partida hacia un lugar a donde todos seremos llamados algún día y por eso vendrá la hermana Muerte a tomarnos de la mano y llevarnos.
LA FAMILIA UNIDA EN LA mesa, gozando del tamal, es para mí una de las imágenes más valiosas de la Navidad. De la misma manera, la ausencia de algunos de los integrantes del núcleo familiar constituye en mi pensamiento una fuente de tristeza, de melancolía. A mi juicio, la importancia de la festividad navideña no la constituye la posibilidad de intercambiar regalos envueltos en papel de colores, sino el hecho de permitir la entrega de regalos intangibles, como el amor o el cariño emanado de un abrazo o de un beso. Dicho esto, tengo el agrado de presentar un saludo navideño a los lectores de esta columna, con el sincero deseo de permitirles gozar de estas fiestas del amor junto con sus familiares y amigos más cercanos.