PLUMA INVITADA

Niños migrantes

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No hay manera alguna para describir el atroz sufrimiento que padecen tantos niños migrantes que, buscando un mejor horizonte de vida, han encontrado ingrata muerte en este desordenado mundo. El corazón humano se doblega y provoca llanto lastimero en silencio, ante el triste destino de estos pequeños. Unos huyendo con sus padres y familiares de las malditas guerras que mantienen terror y luto en sus países y habitantes en el Medio Oriente y África, ajenos a la locura descabellada de jerarcas cegados por el poder con símbolos terroristas, políticos o religiosos, que asesinan indiscriminadamente a millares de humanos inocentes, menores y adultos. Y otros, el caso de niños, adolescentes y jóvenes de Guatemala y de otros países centroamericanos, que viajan ilegalmente a los Estados Unidos, en busca de un mejor futuro, acompañados o solos, en condiciones por demás peligrosas, dramáticas e inhumanas.

Impactan dos hechos recientes, aparte de muchos más, el de Aylan Hurdy, criatura de apenas de 3 años que daba sus primeros pasitos en este tenebroso planeta, quien pereció de la manera más ingrata con su familia y demás refugiados, cuyo cadáver apareció boca abajo sobre la arena de una costa de Turquía, y la horrenda muerte en iguales circunstancias de 15 bebés en el mar Egeo, Atenas, al naufragar las embarcaciones en que viajaban, en busca de un paraíso para poder vivir en paz, jugar, correr, gritar, cantar, recibir el amor de sus seres queridos y disfrutar de sus derechos infantiles. Alegra que diversos países de Europa se solidaricen, abran sus corazones y reciban con cariño a miles de refugiados, no así la criticable actitud de otras naciones que les niegan misericordia. Gobernantes y tropas responsables de tan funesto drama deberían matarse entre sí, sin dañar a otros seres humanos ajenos a sus bastardos intereses.

Igual odisea, pero de manera distinta, han afrontado y siguen sufriendo los menores guatemaltecos que se arriesgan a viajar a Norteamérica, ilusionados por trabajar y ganar dinero, porque aquí no consiguen tal alternativa; ayudar económicamente a sus padres o bien huir del dramático acoso de pandilla criminales que los pueden inducir a prisión o a cementerios, entre otras causas. Cuantos, en tan dramático recorrido, no han encontrado horrible muerte, han sido capturados, encarcelados, maltratados y deportados a nuestro país, decepcionados y con deudas, por las altas cuotas de dinero pagadas a los coyotes.

Ojalá que el nuevo gobierno desarrolle inmediatos programas dignos y eficientes, dedicados a menores, pero con mayor proyección a pobres o de extrema pobreza, para alcanzar su mejor desarrollo y cubrir sus derechos, evitando, entre tantos males, que padres irresponsables los obliguen a trabajar para ayudar al sostenimiento de sus hogares o que sujetos corruptos los exploten, sometiéndolos a pedir limosna en las calles, aparte de mantenerlos cautivos y maltratados en lugares y condiciones deplorables.

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