Las manifestaciones que se han dado en Guatemala no le pertenecen a la derecha o a la izquierda, son de la ciudadanía guatemalteca. De nadie son más que de la gente que quiere otro país, sin importar ideologías, clases sociales o sectores. Es cierto que nadie puede dejar fácil el marco de circunstancias e ideas en el que se ha movido o se mueve, pero eso no es lo mismo que tirar a la cancha de la tradición ideológica un asunto de país tan importante como el que vivimos hoy. Por ello, no hay que caer en la tentación de oxigenar este esfuerzo ciudadano en el decantador de las ideologías.

En primer lugar, las ideologías puras no existen. Eso es un mito. Nos hemos quedado sin respuestas y ya son insuficientes los marcos teóricos de derecha o izquierda para definirnos. Más allá de consignas y frases cortas, mucha gente responde que es de derecha, centro o izquierda, en razón de su pertenencia a una clase o grupo social. Pero también mucha gente se siente incómoda cuando se sitúa en uno u otro lado, porque no tiene la información necesaria para saber en dónde se pone (o lo ponen).

Lo que existe aquí son hegemonías económicas y políticas que se sirven de las ideologías para mantener un orden conveniente. Hay una derecha reaccionaria y una izquierda reaccionaria, y entre ambas, una gama amplia de variables. Cuando se juega en las alturas, ya no son las ideologías las que prevalecen, sino el juego de pesos y contrapesos que se establece entre los actores. Hay condiciones estructurales vigentes e ideas que sirven bien de ambos lados del espectro, porque las personas que piensan con profundidad, capturan la esencia del mundo. Pero el mundo tecnificado y narcotizado de hoy dista bastante de aquel que interpretaron Karl Marx o Adam Smith. Podemos seguir usando herramientas teóricas de uno y otro para analizar las relaciones de poder en nuestra sociedad, y cada quien obtendrá sus propios resultados, pero estas manifestaciones ciudadanas nos han reunido en torno a irreductibles objetivos comunes que habremos de ir alcanzando con mucha firmeza, con honestidad y humildad.

Dicho lo anterior, como simple ciudadana que no suscribe dogmas ni doctrinas, quiero expresar lo que sentí cuando vi que el Cacif estuvo presidiendo la mesa del evento anticorrupción celebrado recientemente en la capital guatemalteca. Conozco a buenos empresarios en este país, muy buenos y muy conscientes. Pero en este caso, como instancia que representa a uno de los sectores con mayor responsabilidad en los hechos de corrupción e impunidad en Guatemala, me hizo sentir muy incómoda. Además, que estuvieran como público estaba bien, pero presidiendo la mesa desde la cual se pedía acabar con la corrupción al mismo tiempo que gremialmente defendían a un representante suyo de la junta del IGGS y sostenían a Pérez Molina en la presidencia, fue leído por mí como un acto de doble moral. Para poder liderar luchas anticorrupción hay que empezar por dar muestras de buena voluntad en ese sentido.

La derecha y la izquierda reaccionarias me hacen sentir fuera de esta época y esta realidad, pero no dejaré de hablar de (r)evolución solo porque hay gente incapaz de adaptar el sentido de las palabras a los tiempos. Una cosa es ser radical, que hay que serlo muchas veces en la vida, sobre todo sabiendo que el término deriva de “raíz”. Otra cosa es ser soldado de alguna ideología.

Creo en el diálogo, siempre leyendo varias coordenadas que incluyen tiempo, actores, principios, propuestas y contextos. No es sentarse solo para salir en la foto. Hay izquierdas y derechas y centros e intermedios y grises y mezclas de una y otra. Pero por encima de eso está hoy este movimiento ciudadano por la justicia, por la dignidad, por la Guatemala que queremos. Nos vemos hoy por la tarde en la plaza central.

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