CON NOMBRE PROPIO
Nuestra anomia
Se conoce como anomia la ausencia de ley, o también el conjunto de situaciones que derivan en su degradación. Guatemala tiene muchas leyes, pero una buena parte de ellas no se cumplen, o lo que es peor, no tenemos la menor intención de cumplirlas.
Por ejemplo, ¿cómo podemos explicar que por la mañana la bancada oficial haya votado a favor de castigar el transfuguismo y por la tarde anuncie recibir tránsfugas en su seno? La única respuesta es que se aprueban normas, pero sin la menor intención de cumplirlas. Si en este momento la meta volante se la lleva la bancada oficial, resulta irrelevante porque todos entramos —en algún momento— dentro del canasto.
Una ley se produce por una decisión política, no más. Esa decisión política se toma por “nuestros representantes”, porque requerimos reglas para hacer viable la convivencia en paz, pero aun así solo queremos que el vecino cumpla la ley y pocos son quienes ven su propia banqueta. El incumplimiento a la ley tiene muchas causas, pero en principio, por lo menos los hacedores de ellas deben dar el ejemplo para lograr su cumplimiento.
La anomia es una enfermedad social que desencadena, tarde o temprano violencia, porque como las normas son adorno la autoridad funciona de forma discrecional y cuando la actividad del poder procede de esa forma, solo hay una sentencia válida: nuestra libertad es amenazada en buena parte o ya fue, por mucho, violada y esto es intolerable.
El tema de la anomia es complejo, porque cuando por arrebato estatal se empieza a aplicar la ley, la primera respuesta ciudadana es “y por qué a mí, y no al vecino”. Así, al creerse uno mismo como el único destinatario de la ley, hasta se promueven discursos incendiarios o de rebelión. Las redes sociales son un buen ejemplo para medir lo que decimos, cuando existe un juicio por corrupción del gobierno “X”, más de alguien sale con críticas porque faltan otros gobiernos; cuando se acusa a fulano por asesinato, se critica porque hay tantos otros asesinatos en impunidad, y así sigue la cadenita y sin que la justicia pueda permear en algo el tema.
Veamos otro ejemplo. Supongamos que mañana mil inspectores de Trabajo se instalan en distintas zonas de la capital y Quetzaltenango, y tienen como único objetivo constatar que las empleadas domésticas en todos los hogares perciban Q2 mil 747, que es el monto del salario mínimo para este año. Así, en cada casa que se encontrare alguna diferencia, esos patronos serían condenados al reajuste por todo el tiempo de servicio no pagado y las multas respectivas. Sin lugar a dudas, esta aplicación de la ley generaría hordas de protestas y, por supuesto, exigencias para que “solo en este caso” se creara un salario mínimo diferenciado. Pero también estamos seguros de que algunos inquietos periodistas acudirían a la casa, primero, de la ministra de Trabajo y luego de sus viceministros, para después visitar al Gabinete y por supuesto jueces y magistrados de lo laboral, con el único objetivo de saber si quienes exigen el cumplimiento cumplen con su parte.
Hemos adoptado la “anomia” como parte de la familia y ese es nuestro principal absurdo, ya que hasta la fecha el mejor instrumento de convivencia pacífica es un marco jurídico abstracto y general con un buen grado de previsibilidad.
Para combatir la anomia, lo primero es liderazgo y ejemplo, creer que con normas se destruye lo que se burla es caer en el ridículo, y si don Jimmy y don Jafeth no empiezan a dar muestras irrefutables de que están en eso… nos condenan a vivir en un cultivo de violencia y negro futuro.