Opción para forjar un país distinto
El 2011 cierra con un saldo aciago en violencia, inseguridad, impunidad, corrupción, rezagos en educación y salud, la ineficiencia burocrática agravada y con los lastres ancestrales originados en las acciones u omisiones del Estado para dar certeza jurídica, atraer inversiones, propiciar competitividad y generar empleo y bienestar.
Es inasequible esperar resultados distintos si se continúa con los mismos procedimientos que son la causa de la crisis pública y privada que afronta el país. Por ejemplo, este año electoral terminó por desnudar las debilidades de un sistema político insostenible y que demanda una revisión profunda si se quiere contener la desconfianza ciudadana en las instituciones que se encargan de fiscalizarlo y en quienes ejercen ese desacreditado oficio.
Pero no se trata solo de la necesidad de cambiar los procedimientos de la práctica partidista, sino —y sobre todo— de sentar las bases para despojarla de la purulencia que se ha profundizado en la medida en que no ha habido en la Nación poder capaz de conjurar las libertades y los privilegios exagerados —como la impunidad penal, civil, administrativa y fiscal— de que disfrutan quienes hacen política. Por causa de la conducta licenciosa de esa clase cleptocrática con inmunidades y privilegios principescos, nuestra democracia está enferma y en franca decrepitud.
Todos los candidatos presidenciales vendieron la ilusión de reforma del Estado, prometieron detener el torbellino de degradación de las instituciones públicas y sacar al Gobierno del letargo que lo hace pesado, oneroso, improductivo y falaz. En el arrebato del proselitismo, aseguraron poseer la capacidad de hacer girar el picaporte de la voluntad para hacer pasar al país del escepticismo a la esperanza y de los ideales a las realidades.
El Partido Patriota se asoma ahora a la cita con la historia, con la opción de trascender por los cambios que sea capaz de promover o de seguir el mismo camino de descrédito y rechazo que ha envuelto a sus antecesores. Recibe un país sobrediagnosticado, de manera que ya no debe perder más tiempo en el estudio de situaciones superconocidas. Cuatro años es poco tiempo para dejar huella positiva del ejercicio del poder, y por eso debe pasar de inmediato de la teoría a la acción. Ya no le hace falta preocuparse, sino ocuparse.
Entre cuatro años, en estas fechas, la sociedad estará pasando a Otto Pérez Molina la factura por sus ejecutorias. De él depende si quiere que se le recuerde como un buen presidente y de que su partido sea distinto a las estructuras caudillistas que han surgido con el único fin de llevar a su líder al olimpo del poder y luego desaparecer.
Mas la conducta de los políticos es solo la mitad del problema. La otra parte reside en la vida privada, donde es también necesario echar a andar la maquinaria que modele el comportamiento ciudadano y renazca una nueva conciencia de responsabilidades ante la sociedad y la Patria. Ese es el camino para esperar que el 2012 sea un año distinto.