LA BUENA NOTICIA

¿Qué debo hacer?

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Cuentan los evangelistas que un día un hombre se acercó a Jesús con una inquietud.  Le planteó una pregunta de largo alcance: “¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”  Hoy nadie se plantearía la pregunta en esos términos.  Pero en ella late una inquietud muy humana, universal, de todos los lugares y tiempos.  Hay varias maneras de formularla: ¿Qué debo hacer para que mi vida tenga sentido y yo alcance la felicidad? ¿Qué debo hacer para que valga la pena el esfuerzo que cuesta vivir?  ¿Qué debo hacer para que el vacío que llevo dentro se convierta en plenitud?

La pregunta de aquel hombre antiguo o sus versiones contemporáneas apuntan a una realidad. A diferencia de los personajes de una obra de teatro o de un film, que ya tienen su identidad prescrita por el autor que los ideó y les inventó sus dramas, sus diálogos y sus desenlaces, los humanos venimos al mundo con una identidad por forjar a través de los pensamientos y decisiones, de las acciones, los dramas y los desenlaces de cada día y de cada año. Nacemos vacíos de contenido y urgidos de plenitud; carentes de sentido y ansiosos de felicidad. ¿Qué debo hacer?

Dos hechos amenazan el sentido de vida de toda persona. Los errores de la libertad y la muerte segura. Errores de la libertad son todas las decisiones equivocadas que tomamos en la vida, que nos encaminan por una ruta que después de un tiempo experimentamos como un fracaso. ¿Cómo se le da la vuelta al tiempo para que lo que fue no haya sido? Cuando estos errores ocurren en el campo de la moral, la religión los llama “pecados”. Arruinan igualmente la vida de las personas. Y la muerte, que se adelanta en el tiempo en forma de enfermedad y pobreza, también lanza una enorme sombra sobre la vida. ¿Para qué esforzarme en lograr algo, si al final todo acaba en la nada? ¿Para qué ser recto y bueno, si mi vida acabará igual que la del delincuente y malhechor?

Jesús en su respuesta al hombre que le preguntaba sobre la vida eterna le da una primera respuesta iluminadora. “Cumple los mandamientos”. Es decir, aprende a tomar las decisiones constructivas, aprende a actuar de manera coherente con tu condición humana y la del prójimo con quien vives. Pero para actuar rectamente hace falta la motivación. Jesús le propone al joven: “Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”. Traduzco la propuesta de Jesús así: Despójate de las seguridades en las que pretendes encontrar la solidez y contenido de tu vida. Para aquel hombre era su riqueza que le permitía pagar por lo que necesitaba o quería; para otro podrá ser el ejercicio del poder; para otro la fama del reconocimiento; para otro la compulsión de ver y experimentar nuevos lugares nuevas cosas una y luego otra. Ninguna de ellas acaba de llenar el vacío interior. Jesús lo refiere a sí mismo: ven y sígueme. Eso lo puede decir solo alguien que tiene conciencia de ser Dios. Solo Dios tiene el poder de perdonar los errores de la libertad para que lo que fue ya no comprometa el futuro; y el poder de dar la vida más allá de la muerte, para que las acciones constructivas de esta vida tengan sentido y valor.

¿Tiene el cristianismo futuro? En la medida en que vivamos distraídos y entretenidos en múltiples ocupaciones que llenan nuestro día a día sin dejarnos tiempo de pensar más allá, o creamos que la opción de la fe es obsoleta o irracional, Jesucristo no tendrá ya nada que decir. En la medida en que una persona tenga conciencia de las fundamentales indigencias de su existencia histórica, encontrará sentido en actuar sostenida y orientada por la propuesta de Jesús.

mariomolinapalma@gmail.com

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.

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