SI ME PERMITE

Una madre debe tener su propia individualidad

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“No nos pongamos tristes por haber perdido a nuestra madre, demos gracias por haberla tenido”. San Agustín.

Cada año tenemos la oportunidad de celebrar el Día de la Madre en una diversidad de maneras. Cada uno de nosotros debe saber elegir cuál es lo especial de la persona halagada y honrada, lo que no necesariamente sea igual para todas ellas. Por ello se debe hacer mientras ellas están en vida y no después, porque ello no tiene mayor trascendencia. Qué triste que cuando ellas ya no están recordarlas y halagarlas.

Lo que fundamenta las diferencias está en el hecho de que cada mujer tiene su propia individualidad, por lo cual de ninguna manera puede ser comparada con otras personas, pero aquellos que se encuentran en su entorno lo entienden y lo pueden apreciar y de ese modo poder en modos muy singulares expresarlo para poder comunicar el cariño y aprecio a la persona.

Sin lugar a dudas, lo anterior en ningún momento hace a la persona perfecta, pero sí la convierte en única para aquellos que la aprecian y la valoran.

Esta afirmación debe invitar a cada mujer que ha tenido el honroso privilegio de ser madre a cultivar dentro de sus limitaciones y posibilidades una individualidad, que es inequívoca para los suyos. Eso implica que cada mujer debe tomar más tiempo en cultivar el interior de su personalidad que el tiempo que puede ocupar delante del espejo para su arreglo personal.

Muchísimas veces, al conocer a alguien porque lo hemos tratado por alguna razón del diario vivir, cuando nos encontramos con la madre de esta persona nos explicamos una infinidad de detalles que forman parte de su personalidad.

El que lo educó en sus inicios en esta vida indudablemente dejó marcas que lo hacen muy diferente de los demás seres humanos.

Esto, sin lugar a dudas, pone sobre toda mujer una tarea que nunca podrá ser relegada a terceros.

Alguna vez se ha escuchado a un hijo decirle a su madre: “No seas así”. Una expresión semejante no tiene lugar ni tiene sentido porque el hijo no instruye a su madre, sino todo lo contrario, la madre es la que instruye al hijo y lo forma para el resto de la vida.

Cuando queremos ser diferentes de como se nos está formando, eso lo que refleja es una simple desobediencia. La mejor manera de honrar a una madre es obedecerla mientras está viva, ya que el beneficio es para el hijo y no tanto para ella.

Sin ir muy lejos, en unas generaciones anteriores las madres no solo recibían la honra de sus hijos, sino también el apoyo y la cooperación de ellos en lo que hiciera falta. Era extraño que alguien no apoyara a su madre en actitud como también en lo que se pidiera.

La decadencia social nos refleja lo conflictivo que han llegado a ser las relaciones entre padres e hijos. La peor parte de esa situación la llevan los hijos, aunque si bien el dolor y la vergüenza la tienen los padres. Por lo mismo debemos cuidar de nuestros hijos desde muy pequeñitos para que aprendan la obediencia, porque una vez crecidos se hace un camino cuesta arriba.

Cuando entendamos que la honra a la madre no está enmarcada en un día en el año, sino en la relación cotidiana mientras convivimos, nuestra próxima generación tiene la esperanza de mejorar y no seguir decayendo en la manera estrepitosa como ha venido de generación en generación. Este asunto no solo es cuestión de estética y de buenos modales, sino también es asunto de vida o muerte que se inicia con usted y conmigo.

samuel.berberian@gmail.com

ESCRITO POR:

Samuel Berberián

Doctor en Religiones de la Newport University, California. Fundador del Instituto Federico Crowe. Presidente de Fundación Doulos. Fue decano de la Facultad de Teología de las universidades Mariano Gálvez y Panamericana.

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