Oportunidad para la transformación

Mucho de eso es lo que se vivió desde el pasado martes en esta capital, con el atroz incendio que destruyó la mayor parte del vetusto mercado de La Terminal, en donde cientos de comercios fueron destruidos por las llamas, lo cual no solo provocó millonarias pérdidas, sino que dejó a muchos de sus inquilinos literalmente en la calle. Apagar el fuego en un combate de largas horas era solo el preludio del desafío que se les venía encima, para emprender el proceso de limpieza de escombros, reinstalación de sus ventas y el reinicio de sus emprendimientos.

Miles de inquilinos de La Terminal han luchado a brazo partido desde hace muchos años por contar con un pequeño negocio para sostener a sus familias. Quizá por ello es que muchos de ellos lloraron con desconsuelo cuando vieron destruido su medio de vida, con el cual mantenían fija la vista en sueños e ideales, llevaban el pan a la mesa e incluso sostenían carreras universitarias de sus hijos, a base de constancia y esfuerzo diario.

Han transcurrido casi cien horas de esa madrugada atroz que dejó a muchos en el desamparo, quienes nunca pusieron un alto a sus actividades, con la misma pujanza con la que laboraban antes de ese siniestro, porque ciertamente la vida sigue y las necesidades aprietan, y eso nadie lo detiene. Aunque la ayuda todavía no llegue y la burocracia se tome su tiempo para estudiar los mecanismos que permitan aliviar las penurias, para muchos de ellos es suficiente con tener un lugar donde trabajar honradamente.

Sin embargo, el drama de los inquilinos de La Terminal ha llevado a que ciertos políticos pretendan hacer propaganda a raíz de esa tragedia, al mostrarse como benefactores que se conduelen del dolor ajeno, pero que no hacen más allá de lo que sus puestos les obligan, en parte porque los procesos burocráticos no lo permiten, pero también porque su presunta bondad está motivada por un interés ulterior, cuyo rédito político a escala local o nacional aún calculan, a fin de continuar sus variopintos ofrecimientos.

Una cosa es cierta: a raíz del desastre, las autoridades pueden concentrar sus esfuerzos en devolver un entorno digno de trabajo a los comerciantes, y se podría aprovechar para convertir el mercado en un centro de confluencia comercial y social que la rescate del aislamiento, abandono e inercia en que ha estado. Debe planificarse un verdadero proyecto de circulación que mejore el acceso vehicular y el transporte público, una infraestructura que además de su papel de intercambio económico pueda ser un espacio público que dignifique a sus usuarios permanentes y a los visitantes.

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