EDITORIAL
Otra prueba de estadísticas irreales
Las estadísticas emanadas de las diversas entidades estatales siempre han tenido fama de ser equivocadas o de haber sido mal medidas o incrementadas con el objeto de dar una idea falsa de la realidad del país, al colmo de que ni siquiera se sabe la cifra exacta de habitantes. Por eso no sorprende a nadie que el número verdadero de turistas llegados al país haya sido sobredimensionado en medio millón de personas anuales entre 2009 y 2014. Sin embargo, constituye una prueba más, tanto del descuido como de la poca capacidad de quienes tienen a su cargo la recolección de datos oficiales, cuya veracidad es fundamental para tomar decisiones en todos los temas.
Desde hace años se ha criticado la manera como en Guatemala se define a un turista. Casi cualquier persona que cruza la frontera para ingresar es calificada como tal, a causa de una definición demasiado amplia. En la realidad, ese término se debe aplicar a quienes visitan el país con el objeto exclusivo de pasar sus vacaciones y de conocer todas las maravillas naturales y los monumentos históricos, así como las manifestaciones culturales, tal el caso de la Semana Santa.
Es necesario clasificar de manera distinta a quienes llegan como parte de un viaje de negocios y que por ello dedican poco del tiempo de su estadía a conocer el país. Sus gastos se reducen a cubrir las tarifas de los hoteles y a consumir en restaurantes, pero no alcanzan a toda clase de actividades económicas relacionadas con el turismo, como la adquisición de artesanías y productos de las pequeñas empresas.
Aquella información fue proporcionada por Pedro Aramburu, representante de la Organización Mundial del Turismo, quien tomó en cuenta datos de una entidad poco conocida de la Dirección General de Estadística, llamada Oficina Coordinadora Sectorial de Estadísticas de Turismo, así como del Instituto Guatemalteco de Turismo. La irrealidad de las cifras de esos cinco años ayudará a descubrir algunas de las razones por las cuales la actividad turística no tiene los efectos económicos que debiera, ya que no provienen de información confiable, lo cual repercute en planes de inversión.
El turismo, que debería tener mayor relevancia económica, carece de ella porque no se le da la importancia debida. Mientras otros países cuentan con ministerios en ese ramo, Guatemala maneja el tema por medio de un instituto, y para colmo encabezado, la mayoría de veces, por personas faltas de conocimiento o representantes de sectores relacionados con el turismo pero que tienen diferencias de criterio e incluso intereses, aunque legítimos, divergentes.
Este caso refuerza la desconfianza en las cifras proporcionadas por el Estado. Eso, en sí mismo, es dañino y resulta peor que sea práctica común. Entidades como la Dirección General de Estadística, por su carácter eminentemente técnico y el grave riesgo de hacer que se tomen decisiones equivocadas, deben estar en manos de conocedores, que además tengan conciencia de que no se pueden permitir ceder a presiones a causa de que los números reales causen problemas a cualquiera de los sectores nacionales, en especial el Gobierno.