Otro día de terror en el transporte
Cada vez se hace más evidente que estas bandas criminales actúan con plena libertad, al tiempo que se percibe una actitud indolente por parte de las fuerzas policiales, que son incapaces de siquiera reaccionar ante tan inconcebibles actos de terror. Esto solo se explica por una laxa exigencia dentro de los cuerpos de seguridad, que continúan en deuda ante una implacable espiral de inseguridad que sigue dejando luto y dolor en miles de hogares, con lo cual también se multiplica el número de viudas y huérfanos.
Con el atraco a este automotor, el terror volvió a escribir una negra página, con un inusitado derroche de pistoleros que dieron muestras de violencia extrema. Similar situación se vivió en el asalto a otra unidad de rutas cortas, en el kilómetro 38 de la carretera al Pacífico, donde un pasajero no pudo soportar el impacto del hecho criminal y murió como consecuencia de un paro cardiaco, mientras en la zona 15 el piloto y el ayudante de otro autobús sobrevivieron a un ataque armado.
Una de las más tristes realidades es que estos ataques al transporte no cesan, sino más bien parecen ir en aumento, pero asimismo es notorio el exceso de fuerza que emplean los delincuentes para ejecutar esas repudiables acciones. Las estadísticas explican mejor el ritmo creciente de estos sucesos: solo en lo que va del año se han registrado al menos 40 asaltos a autobuses, lo que equivale a por lo menos uno cada día, y con las víctimas de ayer casi se llega a los 50 muertos en un periodo de 40 días, lo que constituye un duro revés para las autoridades.
Una de las consecuencias más deplorables de tan lamentable situación es que los criminales actúan con exceso de libertad, y la mayoría de fechorías quedan en la impunidad porque es tan abrumadora la cantidad de atracos a unidades de transporte que se tiene la impresión de que la autoridad ha sido rebasada por la delincuencia.
Esto también tiene cierto componente de indolencia, ya que las fuerzas policiales parecen estar resentidas por la crisis financiera, que, unida a la anomia del Estado, plantea un preocupante panorama.
El tiempo se agota, y pese a los relevos gubernamentales la situación no tiene visos de mejorar, ante estadísticas tan abrumadoras, que por más que se pretendan maquillar siguen arrojando un tenebroso promedio de 16 homicidios al día. Ninguna sociedad puede aspirar a una mediana estabilidad o a un deseable desarrollo ante los asaltos a mansalva de la delincuencia y, peor aún, que tampoco se perciban acciones correctivas por parte de las autoridades responsables de la seguridad civil, que también deben rendir cuentas.