CATALEJO
Para construir frentes efectivos
A CRITERIO DEL COMISIONADO Iván Velásquez, jefe de la Comisión Internacional Contra la Corrupción en Guatemala (Cicig), es necesario formar un frente contra la corrupción a nivel nacional con el fin de exigir resultados concretos. Nadie puede rechazar la validez teórica de este argumento, pero en el caso de este país los hechos corruptos prácticamente son ejecutados por toda clase de ciudadanos: políticos, ciudadanos de todo sector, empresarios de todo nivel, estudiantes. El resultado: ya no se considera una lacra, sino una forma normal de actuar. Si se quiere obtener algo, simplemente se le debe pagar a alguien. La lucha por apoyar proyectos políticos tiene su fundamento en lograr puestos donde se encuentra el enriquecimiento ilícito.
LA CORRUPCIÓN puede ser provocada por algo inesperado, como la mordida otorgada a un agente policial para evitar el calvario de ir a pagar multas, recoger vehículos chocados, etcétera. Pero también es aquella perenne, casi inherente a determinado cargo público y por eso simplemente cambia el receptor de la corrupción, mientras el corruptor se mantiene. Los ciudadanos comunes no se consideran corruptos por entregar ese dinero bajo la mesa, y se justifican en ayudar a alguien con un mal salario. “Me hacen el favor de no tener pérdidas por no darme a tiempo mi mercadería, y por eso les doy unos centavitos”, me dijo alguien. Es la lógica de un supuesto bien escondo en algo malo, como puede ser la desesperante lentitud de la burocracia.
EL FRENTE DEL CUAL HABLA el comisionado Velásquez reduce su amplitud porque quienes funcionan gracias a dar mordidas no querrán apoyarlo y, lejos de eso, lo rechazarán. Primero se le debe explicar al ciudadano común por qué la corrupción es un concepto, no una cantidad de dinero, y también lo es cuando un funcionario público —un maestro, por ejemplo, o un “trabajador de la educación”— se ausenta de sus labores, no va a clases, o en otro campo vende las medicinas de los hospitales. Igualmente, son corruptas las ventas de libras de 14 onzas, de litros de 90 centilitros, y así un largo etcétera. Lo peor: la ciudadanía piensa en la “gran corrupción” de los grandes empresarios, pero no en la enorme e insistente “corrupción hormiga”.
EXISTE TAMBIÉN LA megacorrupción política, a todo nivel. En el caso de los alcaldes, por ejemplo, en la capital las posibilidades y los hechos reales son enormes y las cantidades grandiosas, mientras son menores en los municipios pequeños del interior. En las cabezas de los poderes del Estado también hay demasiadas ocasiones de cometer pecados políticos. Por estas causas, para tener éxito una sugerencia como la del comisionado Velásquez no es totalmente efectivo crear leyes y reglamentaciones, mientras se mantenga el criterio no solo de robar, sino de manifestarlo con mansiones de descanso, de costo multimillonario. La única forma como triunfa esta posibilidad es disuadir a corruptores y corruptos por no actuar o seguir actuando así.
ES INTERESANTE LA GRAN cantidad de artículos periodísticos, en las redes sociales y medios electrónicos escritos pero no impresos, cuyo tema gira alrededor de la necesidad de eliminar la corrupción. Robar medicinas de hospitales y causar muerte de enfermos es inhumano e infame. Dejar a niños son clases es igual de grave. Los medios electrónicos, cuando no son utilizados de manera cobarde, constituyen un excelente medio de divulgar los efectos de la corrupción. Sin embargo, no se debe echar en saco roto la recomendación de la Cicig, porque tampoco se puede olvidar a quién representa: a la ONU, es decir a mayor organización mundial, preocupada por los increíbles alcances de la innegable y vergonzosa corrupción en Guatemala.