LA ERA DEL FAUNO
Parábola del eslabón y la mara MZ
Imaginemos a un herrero, uno de los de antes, ni tan viejo como Vulcano ni tan joven como fabricante de herrajes en serie. Vamos a imaginar a un herrero de aquellos que vestían gabacha de cuero. Brazos grasientos. Con una mano levanta el martillo. Con la otra sostiene las tenazas que aprisionan un pedazo de hierro encendido al rojo. Golpea ese hierro sobre el yunque. ¡Plin! Truena ¡Plan! Cada golpazo.
El herrero forja un eslabón. Crea una cadena. Un eslabón es la unidad mínima de una cadena. Pensemos en un eslabón muy fuerte que sostendrá a otro eslabón, y este, a otro. Así, sucesivamente. Cada eslabón que forja es tan duro que no se rompería ni tirado por 70 mil caballos. Luego, el herrero remata, funde los extremos del eslabón para dejarlo perfectamente cerrado. Cae la noche. Deja el trabajo y se va a su lecho. El fuego se apaga. El taller queda en silencio. En aquel sosiego, una serpiente asoma su repugnante cabeza. Arrastrándose —es lo suyo—, se acerca al yunque donde está el eslabón. Se yergue cual intestino grueso erguido. De su hocico sale una lengua bífida que provocaría, a quien la viese, tanto miedo como asco.
Aquel animal del demonio contempla el eslabón. De pronto, algo sucede. Su cuerpo intestino se expande, se revienta. Le brotan brazos, dos piernas, varias cabezas. La serpiente del demonio ya no es eso, ahora es el demonio mismo, el Repugnante. Con sus garras ensarta el eslabón. Lo levanta cual si fuera un tenedor cogiendo una salchicha y le hunde los colmillos. El veneno gotea. Veneno asqueroso.
Visto desde el suelo hacia arriba, larvas y bestezuelas trepan por sus patas. Su cuerpo rojo proyecta una sombra tenebrosa dentro del taller. Enseguida, se contrae. Aquel cuerpo vuelve a su condición de víbora. Cae y se arrastra. Huye por donde vino.
Amanece. El herrero despierta. Al fondo se observan nevados los volcanes de Fuego y Acatenango. Hechas sus abluciones, se acera a su obra maestra y advierte que un animal —otra vez— perforó el eslabón. Lo mismo hizo la noche anterior. Y la anterior. Así lo ha hecho cada noche desde hace dos años: Lo que el herrero forja a la luz del día, la víbora lo destruye durante la noche. Pero el buen herrero vuelve a fundir. Sabe que un eslabón perforado se rompe.
Esa es, amigos y amigas, la parábola del herrero y la víbora MZ, cuyo velo descorreremos ahora para mostrar su misterio. Un eslabón simboliza la unión de pasado y presente. Enlaza el antes y el después. En cierta manera, un eslabón impide que exista el loco. Pues si se rompe la línea de la razón, surge el olvido, la irracionalidad. La víbora busca, por lo tanto, que el eslabón se rompa. Así, evitará que exista una continuidad racional. Los colmillos y garra ensartados vienen a ser debilitamientos: recusaciones, amparos en juzgados de femicidio, cortinas de humo, difamación en el extranjero, en redes y campos pagados. El Repugnante es el crimen de corbata, peluca roja; tiene la mirada hipócrita del negociante de la salud. Las larvas son jueces serviles bajo las plantas de sus pies. Se arrastra desde y hacia el Mariscal Zavala. Sabe que solo un eslabón sólido unirá los esfuerzos pasados y presentes con el futuro, de lo contrario, la continuidad será imposible. Moraleja: la CICIG se irá del país, lo mismo que Iván Velásquez. Si no hay un eslabón o reforma constitucional densa, lo logrado será destruido.
En cuanto a los volcanes nevados, son solo mi escenario oportunista, ideado a partir de que el jueves nevó sobre territorios de Vulcano. Y bueno, la cita es este miércoles a las 10 en el Congreso. #ApruebenReformas
@juanlemus9