PARALELO 30

Parábola del hereje

Samuel Pérez Attias

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Por algún motivo que no comprendo, todos los diciembres aparecía en casa ese señor: Santa Clos. Llega a las casas, entra como ladrón y ¡deja regalos! Pregunté a mis padres quién era y por qué había tantos disfrazados de él en todos lados, pero mis padres nunca me dieron la explicación lógica que añoraba. Papá cree en ese estúpido argumento de que los niños no razonan o no entienden. Una vez oí a mamá decir que quería ilusionarme y no matar las fantasías de mi niñez. En realidad las fantasías, la creatividad y la magia de la vida las encontraba en otras cosas fascinantes, como treparme en un árbol, jugar con la pluma de un zanate o hacer figuras de lodo. No necesitaba de Santa Clos ni de sus carísimos premios si papá y mamá no se sentaban a jugar conmigo o si me mantenían todo el día conectado a la tele y el iPhone.

Pronto comprendí la verdadera razón de Santa. Era el mejor argumento para que me portara “bien” —como a mis padres les gustaba—. Tenía el poder para darme regalos a discreción y en condición de mi comportamiento: si no salto en la cama, si como con la boca cerrada o si no lloro. ¿Acaso no pueden explicarme que saltar en la cama sin cuidado puede provocarme golpes serios, o que “desordena la casa”, que comer con la boca abierta es grotesco para algunos y que en lugar de reaccionar llorando puedo explicar qué me duele, qué me insatisface o qué deseo? ¿Por qué mentir? Pero eso no mató mi curiosidad sobre este fascinante mundo. Me gusta descubrir, experimentar, investigar. Hasta que llegó el colegio. Ah, qué lugar tan coercitivo. Una vez la maestra pidió que dibujáramos un árbol. Mi amiga dibujó lo que ella consideraba, con líneas y trazos incluso abstractos, desde su perspectiva. Con profunda emoción descubría su mayor pasión y mostró su dibujo a la maestra, quien le dijo: Camila, los árboles tienen un tronco así, ramas así y raíces asá. Esto no es un árbol. Vuelve a pintar hasta que te salga como te digo… Hoy Camila trabaja en una ensambladora de ropa, haciendo lo mismo todos los días, siguiendo instrucciones. Su mirada se pierde en el vacío. Pudo haber sido pintora. Su creatividad murió en el kindergarten. A mí me pidieron rellenar dibujos con colores y que “no me saliera de la orilla”. Pronto comprendí que era la mejor metáfora del lugar y la sociedad en la que me encontraba. Un día, papá me contó consternado que la cigüeña, el ratón Pérez y Santa Clos se habían ido para siempre. En vez de entristecerme sonreí, pensé que a partir de ese día tendríamos conversaciones más francas sobre la vida. Desafortunadamente no fue así. Esos personajes fantasiosos se fusionaron en uno nuevo, en el cual ellos “sí” creían. Un personaje que al igual que los otros me iba a premiar, si me portaba “bien”, nada menos que con “otra vida”, esta vez eterna (¡!). Aquí está el libro para que lo estudies. Obedece y te irá bien. Desobedece y te irá mal. No sé si creerles. Mucho daño han hecho ya al darme respuestas “empacadas”; al prometerme premios y castigos en lugar de dejarme experimentar las consecuencias de mis actos. Al no permitirme cuestionar. Francamente, prefiero ser librepensador que amarrarme a una doctrina que “me libera de tener que pensar”.

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