Opinión: Muchos republicanos son antivacunas. ¿También están a favor del coronavirus?

Jamelle Bouie, The New York Times

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El presidente Barack Obama prometió unidad. En su campaña de 2008, dijo que sanaría las divisiones políticas de la nación y pondría fin a más de una década de rencor partidista.

Para cumplir con esta promesa, Obama necesitaba aliados, o al menos colaboradores, en el Partido Republicano. Pero estos se negaron. Si podían bloquear a Obama, rehusarse a dar apoyo a cualquier cosa importante que pensara hacer, entonces podrían hacer que rompiera su promesa. Los republicanos obstruirían y Obama tendría la culpa, lo cual, como podrán recordar, es lo que ocurrió. Para las elecciones intermedias de 2010, Obama fue un presidente polarizador.

En su campaña presidencial de 2020, Joe Biden prometió controlar la pandemia de coronavirus. Con ayuda adicional a las familias trabajadoras y la distribución gratuita de múltiples vacunas eficaces, sacaría a Estados Unidos de su actual crisis de salud pública.

Creo que ya pueden adivinar hacia dónde va esto.

En lugar de trabajar con él para vacunar al país, la oposición republicana de Biden, con solo unas pocas excepciones, ha hecho todo lo posible para politizar la vacunación y convertir la negativa a cooperar en una prueba de lealtad partidista. Para todo efecto práctico, el partido está a favor del covid. Si este apoyo es sincero, es monstruoso. Y si no lo es, es una estrategia increíblemente cínica y nihilista. Por desgracia, tanto para Biden como para el país, parece estar funcionando.

Naturalmente, algunos de los republicanos más escépticos respecto de las vacunas están en el Congreso. “Piensen para lo que se podrían utilizar esos mecanismos”, dijo Madison Cawthorn, representante por Carolina del Norte, sobre el plan de embajadores de vacunas de puerta en puerta que propuso el gobierno de Biden . “Podrían ir de puerta en puerta para quitarles las armas. Podrían ir de puerta en puerta para quitarles las Biblias”.

Marjorie Taylor Greene, representante por Georgia, ha criticado igualmente el esfuerzo del presidente para llegar a quienes no se han vacunado. “La gente puede elegir, no necesita que tus médicos de camisas pardas aparezcan en su puerta ordenándoles vacunarse”, tuiteó. “No puedes obligar a la gente a formar parte del experimento humano”.

Cawthorn y Greene obviamente son figuras marginales. Pero en estos días, el margen no está lejos del centro en el Partido Republicano (si es que alguna vez lo estuvo del todo). En otras palabras, su retórica no es muy diferente, a la de sus colegas más convencionales en el Senado.

Ted Cruz, senador por Texas, ha atacado los mandatos de vacunación —“No debería haber mandatos en relación con el coronavirus”, dijo en una entrevista reciente con el presentador de Fox News, Sean Hannity, mientras que el senador por Kentucky, Rand Paul, ha instado a los estadounidenses a “oponerse” a los esfuerzos para detener la propagación del virus. “Es el momento de que nos opongamos”, dijo Paul en un video publicado en Twitter. “No pueden detenernos a todos. No pueden mantener a todos sus hijos en casa sin ir a la escuela. No pueden mantener cerrados todos los edificios del gobierno, aunque tengo una larga lista de los que podrían o deberían mantener cerrados”.

Sin embargo, la retórica republicana en Washington es un espectáculo secundario a la verdadera lucha contra el coronavirus, en estados como Florida y Texas.

En Florida, el gobernador Ron DeSantis rechazó los pasaportes de vacunación y lanzó una agresiva campaña contra la obligatoriedad del uso de mascarillas en las escuelas. “Es muy importante que digamos, de manera inequívoca, no a los confinamientos, no al cierre de escuelas, no a las restricciones y no a los mandatos”, declaró en julio en una reunión de activistas conservadores en Utah. DeSantis canceló las órdenes de emergencia de las ciudades y los condados, puso límites a los futuros esfuerzos de mitigación y firmó una ley que protege a las residencias de ancianos, los hospitales y las empresas de la responsabilidad legal si los empleados y los clientes contraen el virus en sus instalaciones.

Todo esto, incluso ahora que el estado se ha visto azotado por la variante delta del virus. Florida ha reportado más de 20 mil nuevas infecciones al día y ha registrado en promedio 262 muertes por covid, la mayor cantidad de todos los estados, al menos en cifras absolutas. Más de 16 mil personas están hospitalizadas y miles han sido llevadas a unidades de cuidados intensivos. ¿A quién culpa DeSantis de esos resultados? A Biden.

“Ya saben, Biden dijo que acabaría con el covid, pero no lo ha hecho”, dijo el gobernador de Florida a Jesse Watters, presentador de Fox News, la semana pasada. “A fin de cuentas, está tratando de encontrar una manera de distraernos de los fracasos de su presidencia”.

En Texas, el gobernador Greg Abbott prohibió los mandatos de uso de mascarillas, aprobó una ley que negaría contratos o licencias estatales a las empresas que exigieran una prueba de vacunación y —tras recuperarse él mismo de una infección de covid— prohibió a los gobiernos locales exigir la vacuna a cualquier organismo público o institución privada. Mediante un comunicado, Abbott dijo que esto era para evitar un “mosaico de mandatos de vacunación en todo Texas”. Sin embargo, en un mensaje a la legislatura estatal, el gobernador parecía estar pidiendo a los legisladores que consideraran una prohibición total de los mandatos de vacunación. El 25 de agosto, el día en que Abbott envió su mensaje, Texas informó de más de 23 mil nuevos casos de covid, junto con 14 mil hospitalizaciones y 245 muertes.

Abbott y DeSantis no son los únicos. En agosto, el gobernador republicano de Arizona, Doug Ducey, creó dos programas de subvenciones que darían fondos a las familias y los distritos escolares que rechazaran los mandatos de uso de mascarillas. Además, en Dakota del Sur, la gobernadora Kristi Noem volvió a celebrar la realización del rali de motos de Sturgis, un año después de que contribuyera a un brote de covid en toda la región y en el medio oeste del país. Este año, las autoridades sanitarias ya han relacionado el rali con casos en Minnesota, Dakota del Norte, Wisconsin y Wyoming.

El efecto de todo esto para el país es una pandemia que no muere. El efecto de esto para el Partido Republicano es que una parte sustancial de su base no se vacunará. Según los datos recogidos por la Fundación de la Familia Kaiser, los republicanos están por detrás de la mayoría del resto del país en cuanto a la aceptación de las vacunas; el 54 por ciento dijo haber recibido al menos una dosis en el momento de la encuesta, en comparación con el 67 por ciento de todos los adultos. Y el efecto de eso para Biden es una fuerte caída en su índice de aprobación; una encuesta de Reuters realizada a mediados de agosto reveló que el presidente había perdido 21 puntos entre todos los estadounidenses por su manejo de la pandemia.

Lo que equivale a un esfuerzo republicano para prolongar la pandemia no muestra señales de disminuir. Incluso podría empeorar, pues poderosas personalidades conservadoras de los medios de comunicación difunden el escepticismo sobre las vacunas y acogen dudosas curas milagrosas como la ivermectina, un fármaco que suele utilizarse para tratar gusanos parasitarios en el ganado, no virus en los seres humanos.

Si Biden no quiere el tipo de reacción que sufrió su predecesor demócrata, tiene que actuar de forma agresiva para sacar a Estados Unidos de su meseta de vacunación. Puede que los republicanos le estén tendiendo una trampa para que rompa su promesa de detener el covid, pero el presidente debería entender que en realidad no está a su merced.

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