Por 150 pesos
Los horrores del yihadismo y del islam radical son inhumanos y absolutamente indefendibles. Quienes los cometen, sin embargo, están poseídos por una furia fundamentalista que los hace sentirse héroes en lo que ellos, con mente retorcida y racionalidad insana, consideran una causa justa y hasta santa. En ello son obviamente blasfemos.
Los nazis, eliminando judíos, o los soviéticos condenando a los campesinos que se resistían a la colectivización forzada en la década de 1930 a una muerte atroz, constituyeron visiones de radicalismo de algún modo emparentados con el yihadismo actual.
Lo que nos está ocurriendo ahora en Guatemala tiene otras connotaciones. Un sicario marero de la zona 6, un muchacho joven, está dispuesto a matar a un desconocido, a alguien que no le ha hecho nada a él, por Q150. Es la lógica de que ese dinero me importa más que la vida de un ser humano, probablemente un padre de familia que deja en orfandad a criaturas pequeñas.
Aquí no hay convicciones ideológicas o religiosas, por perversas que puedan ser, para hacer morir a otro ser humano. Es un asunto de profunda deshumanización, es la lógica de la extorsión y la mara como medios de sobrevivencia. Es la atarraya que hace a miles de jóvenes sentirse atraídos por las redes del crimen, es la vocación a la criminalidad que nace en la infancia en muchos casos, es una vocación —la de la criminalidad— por la que están dispuestos a dar la vida.
Saben que seguramente morirán jóvenes, pero lo consideran destino inevitable. Mientras dure la vida y la libertad están al servicio de la fidelidad a otros que deshumanizan y criminalizan a niños y muchachos en la orgía de sangre en que se ha convertido hoy Guatemala.
Alguna vez ya he escrito que la crisis fundamental en la administración de justicia en Guatemala tiene su principal causa en una legislación inadecuada a las circunstancias del país. Podremos criticar con mayor o menor tino a la Policía, al Ministerio Público o a los jueces, pero mientras tengamos una legislación como la actual estamos queriendo eliminar elefantes con matamoscas.
Enfrentar el deterioro que tenemos como país pasa obviamente por hablar de otros hechos como la desenfrenada corrupción que asuela el país, pero es trágico y a la vez un símbolo de nuestro deterioro que por 150 pesos un muchacho, como hay tantos otros, esté dispuesto a eliminar a un ser humano. Por 150 pesos se gradúa de asesino. Lo único de lo que se arrepiente es de haber sido capturado. ¡Trágico y triste!